18 de mayo de 2010

Un amor odioso

Era una tarde fría como lo son esas tardes del mes de junio, ahí estaba Brenda, sentada en la mesa de la cocina, como lo acostumbraba a hacer. Su rostro de tez blanca estaba cubierto de lágrimas, sus ojos verdes hinchados de tanto llorar, mantenían una mirada perdida tratando de buscar una explicación a toda esa situación que le quitaba el suspiro al alma.
Ella estaba decidida a abandonar ese infierno que le tocaba vivir día tras día. Se paró sigilosamente dirigiéndose hacia la lacena, abrió el cajón y sacó un cuchillo de mango plateado, muy filoso, el cual sin duda podía cortar todo lo que se atraviese en su camino, lo sujetó entre sus manos y lo deslizo con la punta sobre su pecho, deteniéndose a la altura del corazón. Mientras lloraba mantenía su cabeza a gachas, cuando se decidió a realizar este acto, alzo la vista hacia un mueble que tenía enfrente y ahí vio, un portarretrato con la foto de su hija, su nombre era Celeste, una nena de tan solo cinco años, su cabello enrulado era de color rubio, con ojos enormes y una sonrisa angelical que podía conmover a cualquier persona. En ese momento recapacito, no podía dejar sola a su hija en manos de ese hombre malvado, terco, insensible, hiriente, absorbente, el cual era el padre, su nombre era Joaquín
En ese instante escuchó las llaves de la puerta, evidentemente era su marido, quien llegaba del trabajo todos los días a la misma hora. Ella guardó el cuchillo y decidió que era el momento de enfrentarlo. Pero tenia miedo, su violencia verbal y sus actos de locura la paralizaban, la bloqueaban por completo y él utilizaba eso para retenerla, se alimentaba de su sufrimiento, se sentía superior, fuerte, inteligente, como si fuese una guerra en la que poseía todas las armas y los mejores ejércitos para destruir al enemigo sin piedad y ese enemigo sin dudar era Brenda.
Cuando Joaquín la ve inmóvil en un rincón de la cocina, le pregunta:
-¿que haces ahí?
Él examinó todo su alrededor, noto que no había indicios de que estaba cocinando y le exclamo:
-¡siempre lo mismo, la comida sin hacer, la casa sucia!
Cualquier hecho por más insignificante que fuera, o algo simplemente que le molestara era producto suficiente para desatar su ira. En esos momentos se convertía en la persona más detestable y odiosa que podía existir para ella. Él la hacia cargo de todas sus frustraciones, sus desgracias y de su infortuna vida
Tomando fuerzas para responder a esa pregunta ella balbuceo
-¡Te odio!
Y elevando su voz lo volvió a repetir una y otra vez. Eso fue el detonante para que Joaquín se ponga violento, como un loco desequilibrado, fue hacia ella velozmente, la tomó de los hombros y la comenzó a sacudir fuerte, gritando y maldiciéndola hasta que elevo su brazo con el fin de efectuar un golpe. Con esa circunstancia, el perro negro que dormía debajo de la mesa comenzó a ladrar insaciablemente, asustado corrió sin observar que en un extremo de la cocina había un espejo roto, con el cual impactó. Al ver lo sucedido su marido quedo atónito, ya que, sentía un aprecio especial por el canino. Luego de observar eso, se olvido temporalmente de la discusión que estaban teniendo.
Al llegar la noche, Joaquín no podía conciliar el sueño, entonces se levanto, se dirigió hasta el living, donde se encontraba un mueble lleno de licores, entre los cuales se encontraba una botella de Ginebra, agarro una copa, encendió la televisión y se recostó sobre el sofá, como lo hacia habitualmente todas las noches.
Brenda al oír los gritos desaforados de su marido, despertó aturdida tras la noticia de que Martín Palermo había superado los doscientos goles. Luego trato de dormirse pero no pudo, en ese instante se pregunto:
-¿Que puedo hacer en esta noche de insomnio?
Hablar con él seria inútil, así que decidió buscar su diario íntimo, aquel libro azul de tapa dura, aquel diario que siempre la escucho en sus peores momentos, en el cual ella escribía con letras grandes en el centro de la tapa. Debajo del titulo siempre escribía un resumen de lo que trataba cada día de su desgraciada vida.
Ese diario íntimo era su refugio, porque ella no tenia con quien desahogarse, no encontraba la persona adecuada en quien depositar su confianza, con sus padres no podía porque eran mayores y cualquier disgusto podía terminar en tragedia. Era única hija así que tampoco contaba con hermanos para recurrir a ellos. Y a sus amigas las fue perdiendo de a poco, ya que, no la dejaba tener vida social.
El tiempo fue trascurriendo, hasta que un día haciendo las compras cotidianas, Brenda cruzo miradas con una persona que se encontraba a su alrededor, él la saludo y le regalo una sonrisa, sintió un respeto en aquel saludo cariñoso que su marido no había logrado hacerle sentir en esos últimos años.
Luego, se dio cuenta que cada día necesitaba ese saludo fortalecedor, ese gesto, haciéndola sentir una mujer verdadera. Después empezaron algunas charlas, donde descubrió que el trato hacia una mujer era totalmente diferente al que ella había percibido durante su matrimonio. Ese fue el detonante, el estimulo, que necesitaba para empezar a valorase a si misma. A partir de eso, comenzó a replantarse su vida y pensó que quería para ella y sobre todo para su hija.
Tomo coraje y pensó en una solución verdadera e inmediata, no podía conformarse con sobrevivir, ella “quería vivir”. Junto su ropa, sus fotos, el dinero que tenia guardado en el retrato que salvo su vida un par de años atrás, llorando por una mezcla de emociones, agarro lápiz, papel y escribió las siguientes líneas:
-¡Jamás vamos a volver, déjanos ser feliz de una vez por todas!
Finalmente sujeto fuertemente a su hija y cruzó el umbral de la puerta, sabiendo que jamás volvería a entrar a esa casa.
Se dirigió hacia la casa de sus padres, donde tuvo la oportunidad de crecer como persona y crecer profesionalmente, ayudo a su hija y la vio contenta en su nuevo hogar, el cual nunca tuvo. Jamás pensó que aquella mirada seria la llave de su felicidad.
Joaquín cuando ingreso a la casa puedo observar la carta sobre la mesa, no podía entender lo que estaba pasando, la llamó, le pedió disculpas, prometió que iba a cambiar, pero ante la negativa de Brenda cortó la comunicación. Fue hasta el mueble, agarró una de sus botellas de alcohol y la bebió rápidamente, sin pensar lo que estaba haciendo, tomó el cuchillo de mango plateado que se encontraba en uno de los cajones de la cocina, y se lo clavo en el pecho, mientras sufría agonizando, gritaba:
- ¡Te amo Brenda!
Estos gritos pasaron a ser susurros y luego silencio.


Romina Blasi

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