11 de septiembre de 2010

EL MOVIMIENTO Y LA INMOVILIDAD


Quietud, una palabra paciente que a veces, sólo a veces, parece descartable en uso. Tan primaveral como otoñal, se juega sus fichas sin arriesgar y sin perder ninguna. Inimaginables horas de simplemente sesenta minutos que se encadenan, quizás porque así creen
que será más fiel el tiempo a las agujas, una detrás de la otra. Quieto, inmóvil, silencio, brisa fresca, todas palabras intentan interpretar la acción de nuestra protagonista.

La Quietud abrió los ojos lentamente, miró a su alrededor y apagó el despertador. Se sentó y se frotó la frente con su mano izquierda, para luego quedarse inmóvil durante unos minutos. Miraba la nada, que se presentaba como un objeto flotante e hiperactivo, junto con su magnifica cualidad invisible. La Quietud no le sacaba sus ojos re concentrado, no hipnóticos, de encima.

Parecía que el tiempo era el que la esperaba, esperaba a que tome una decisión de “qué hacer” para seguir corriendo en contra de la irrealidad. Suspendido como el polvo cuando flota suavemente en el aire, congelado en un espacio específico de la ilusión.

Ya con los pies sobre el suelo, se puso de pie. Inclinando su cabeza hacía adelante intentaba pensar o imaginar que su conciencia se solidificaba para poder ver en claro lo que iba a hacer. Recurría a cualquier pensamiento para hacer presente esa conciencia.

Mientras luchaba para que su inconciente no pudiera aplastar a la casi “ausencia de felicidad”, porque sin lugar a dudas un poquito había, se dirigió al baño. Se detuvo ante su reflejo y se limitó a mojarse la cara, sonreír y atarse su largo pelo. Sin expresiones se mantenía, no forzadamente sino como resultado de lo que era: Quietud.

Retomó sus pasos para volver a la habitación, guiada como en transe sin fallar en ningún obstáculo. Se detuvo bruscamente ante el armario, observó las líneas de sus “compuertas” al mundo de la No Desnudez. Casi como interpretando cada mecanismo sus movimientos súbitos terminaron de abrirlas de par en par, dejando ver la frondosa recolección de prendas viejas en el estante superior, prendas nuevas en el segundo estante, prendas usadas cotidianamente en el tercero y por último, en el estante inferior, las chucherías añejas de épocas pasadas. Cada estante con distinto valor y representación porque las prendas que eran viejas, eran realmente viejas, y las nuevas, realmente nuevas -hasta con el aroma característico de algo nuevo-.

Para ser Quietud, su forma de ser era bastante metódica. No trabajaba, era mantenida con amor por sus padres y su edad era de 22 recién cumplidos. No era muy alta en estatura pero sus ojos, que eran tan transparentes como verdes, observaban lugares más altos. Quién pudiera decir que esos ojos eran, o son, de una verdadera soñadora con ideales y deseos que no escatiman en imaginación. Otros podrían alegar a una disposición más simple: “Las palabras son recordadas por su honestidad, pasión y entrega.”

Cualquiera fuera el caso, ella militaba. Pero no de manera ciega, aún cuando ya conocía de memoria el discurso “defensivo/atacante” de la política para blandirla cuando fuera necesario, su razón no discutía con sus convicciones de Fondo. Lo cual la volvía noble, pensante y equilibrada, además de excesivamente atractiva.

Suelo pensar que este tipo de mujeres son escasas, pero debería pensar, y corrigiendo mi hipótesis, que en realidad yo no sé buscar este tipo de mujeres. Sin embargo, remarco, la Quietud me da curiosidad.

¿Quién no dudaría de alguien que, estándolo o no, aparenta una excesiva comodidad? Esto nos lleva a una nueva pregunta: ¿La Quietud es lo que dice ser?

Y suponiendo que conocemos a alguien cuyos síntomas son los de la Quietud, ¿qué debemos hacer? Ellos están muy cómodos en esa realidad, tanto lo están que la sinceridad para ellos mismos no existe, sólo está la verdad del Estandarte de su credo, su pasión y fuerza. Todo se unifica en una cosa, Quietud.

¿Acaso esperamos algo?

Entonces, si no sabemos lo que esperamos… ¡¿Por qué estamos tan jodidamente quietos?!

Pensamos y pensamos en el movimiento y la inmovilidad. Dueños de nuestros cuerpos no nos percatamos que la unidad de un mismo deseo nos conduce a ese fin práctico, claro, observable y asquerosamente real, por mal que pese.


Mientras pensaba todo esto, la Quietud ya se había ido con sus maletas cerrando tras de sí la puerta.






11 de Septiembre de 2010, Buenos Aires, Argentina.



Andrés Benitez

3 comentarios:

Claire dijo...

aplausos!!

Vale dijo...

¡¡Me encanto!! Tanto la descripcion de los primeros segundos de conciencia a la mañana como la reflexion final. Saludos

Anónimo dijo...

Hermosoooo!!!me gustò mucho, no es lo mismo la quietud, que la serenidad!....la quietud asusta, por lo menos a mì.