28 de julio de 2011

UNA ROSA Y UNA BENDITA NOCHE DESPEJADA

Es simplemente una rosa solitaria, pero si no fuera por el color de sus pétalos el mundo se derrumbaría. Verla una sola vez es suficiente para redimir a un alma condenada, la fuerza de su tallo es la que empuja el torrente sanguíneo de vida a cada parte de nuestro espíritu. Conformando así, el balance real de mi inspiración.

El invierno es el que convierte todo en una larga búsqueda del tesoro, una estación en la cual las trivialidades pierden el sentido, porque el amor a puertas cerradas es más apasionado. Donde también es contenedora de la soledad, y ésta finalmente, portavoz de los caídos.
Fue en el puente de la razón y el desamor, en una vereda cerca de Medina y Olivera, que el brillo ténue de una flor escondida, a la vista de todos los que cruzaban, momentáneamente arrancó mi soledad. Una simple rosa que enamoró mis sentidos.

...

Me encontraba dentro del mundo de las ideas, experimentando el amor de lo natural, hundiendo mi corazón en el seno de los mil besos robados. Cuando las ataduras mecánicas empezaron a tironear mis articulaciones, la desconexión fue inevitable. Estaba perdiendo la cordura dentro de la locura, sentí terror de abandonar aquél lugar de paz, tenía miedo de no volver a encontrar esa luz de nuevo y de volver a vagar en las sombras... temor de deambular una vez más en tierra de rostros borrosos eternamente.

Finalmente, despojado de mis armaduras, convertido en un mortal de sangre y delirios existenciales, fui conducido por los engranajes hasta la prisión de concreto. Sentenciado a exhibir un corazón sin emociones.

Bendita noche despejada... tus ojos se exhiben para locos como yo.








Andrés Benitez

5 de julio de 2011

EL CAFÉ QUE COMPARTEN LOS OTROS

Existen muchos motivos por los cuales te amé.
Pero hay pocos que justifiquen mi partir. No te he dejado, sino que el río me reclama, y aunque las penas atenten contra tu querer, ahí estaré, como siempre, pintón y arreglado.

Me han abandonado bajo los faroles de ésta luna porteña, en la ausencia de tus manos, me vi quebrado y temblando bajo el frío de la soledad. Ahora bailas esta Milonga de Arrabal, con otros tacos, con otras manos que te envuelven. Y sigo aquí, en compañía de mi canto que nunca te deja de extrañar.

Y este pesado bandoneón que suena delante nuestro, es testigo de un encuentro lleno de pasión. Es que en cada corte, ahora tú, me abandonas un poquito más. Sin remedio, acaricio tu espalda y te llevo adonde quiero, adonde deseo que camines, con pesar.
Le pido a gritos a este bandoneón que no detenga su sonar, y que deposite en mis manos la suerte de no dejarte jamás. Porque me ha demostrado la vida, en sus maneras más crueles, que duele mucho la soledad. En este mar de adoquines, es un puñal en mi corazón que tus labios nos descansen en mi sien.



Hay mesas en un bar, que realizan la tarea de sostener los corazones despojados de sentimientos, no sin llamar a su centro botellas y vasos llenos de alcohol.
Las almas errantes, que consumen a bocanadas la nostalgia, se mantienen erguidas en el plano de una subrealidad inaccesible. Concurren una y otra vez a la misma mesa, como si buscaran algo esperado, pero que nunca sucederá.
Ingrato destino el que les toca, serán culpables toda esta corta vida de su devenir. Las preguntas ya no cortan como antes, y los susurros no quiebran más las imágenes que sus rostros representan. Cada trago de realidad es como un viento helado que se cuela entre las persianas y amenaza las pieles calientes de los amantes.
En el café que comparten los otros, el mundo toma forma de oscuridad uniforme, y sólo la ansiedad rescata a los perdidos, a aquellos que logran verla.



Andrés Benitez