29 de octubre de 2010

LA DEFENSA DE LOS DÉBILES (Tienda de Campaña)


Todavía me pregunto y no entiendo por qué suele surgirme escribir cuando estoy en el campo de batalla. Quisiera que me surja así cuando estoy solo en mis aposentos. Aunque creo que no funciona así, porque cuando tengo ganas verdaderas de escribir, escribo sin importar el lugar.

Cambiando de tema, lo que me gustaría mucho sería tener esa llegada magnífica al Enemigo/a que tienen algunos. Por lo que estuve viendo, es algo que se aprende a través del prueba-error que caracteriza a cada mente, cómo interpretar las señales, qué conducta debería seguir. Así y todo, sólo me vienen dos preguntas a la cabeza, la primera ¿Cómo (es la técnica, cómo son los tiempos y los usos correctos de las formaciones; cómo deben decirse las palabras que van y las que no)?
La segunda ¿Por qué (debe hacerse de esa manera, por qué de los tiempos y las formaciones; por qué esas palabras y no otras)?

Estas preguntas deben responderse asumiendo que la estrategia es convincente y carismática, la de algunos son realmente efectivas. Pero para no desviarnos y derrochar pensamientos, también hay que saber que cada estrategia de estos congéneres es, en su totalidad, equivalente a la del otro, más allá de las victorias y las derrotas.

Quizás haya personas que estando disminuidos en estos complejos pensamientos prácticos, preciosos y sensuales, tienen desarrolladas otras miles de habilidades en otras áreas.

¿Cómo debe ser la expresión en el campo de batalla? ¿Hasta cuándo debo mantener la defensa frente a la caballería? Cuestiones tan técnicas pasan por mi cabeza que, puedo reconocer exactamente cuando no estoy en mis cabales. Pero qué cabales, puedo decir que tal vez la ausencia de mis cabales son, a modo de humanizarme, el estado natural de mis pensamientos. Quiero decir, esos momentos son mi mayor libertad, en esos momentos es cuando puedo sentirme dentro de mi hábitat social para desarrollar mis fuerzas, convertirme en un individuo importante y gustoso por alcanzar honrosamente la victoria deseada.

¿Pero está bien así? ¿Está bien vivir ciego y con una ilusión a cuestas? ¿Vale la pena perder la libertad del corazón en pos de ser elevado por “Ellos”? Me parece que no, hay barreras bajas, medias y altas. Algunas barreras bajas defienden mejor que otras altas, mal fortificadas por un narcisismo materializado e inmenso. Pero yo siento que tengo grandes muros, y la imagen que viene a mi mente es la “Gran Muralla Oriental de Israel” en sus tiempos de oro.

Es difícil comparar tus muros con los míos, porque primero son abstractos, creadas por el mágico poder del pensamiento, la razón (el fenómeno más grande, después de la Vida y la Muerte).

En este sentido, pareciera que aunque uno sea simple (que eso no es más que mentirosa modestia) claramente también tiene enormes muros mentales. Nadie puede escapar de estos castillos interiores.

Ya no cuenta la simpleza, ya no cuenta el honor, ahora existe otro tipo de guerra.

Es obvio que quiero ganar alguna vez en mi vida, algo nada más. Sentir que lo obtuve yo, que lo pude lograr a mi manera y que no fui en pos de nadie. Las limitaciones, las trabas estructurales ahora me son silenciosas y espontáneas, no tengo idea cuándo puede llegar la derrota a la cual estoy condenado desde antes de nacer.

Pero es como dicen, “seguir adelante”. No es la frase más alentadora, sólo es una metáfora de la vida que nos dice que avanza y que no nos tenemos que quedar atrás.




Andrés Benitez