8 de julio de 2010

DESCRIPCIÓN PACIENTE

El otro día recordaba un cuento que había escrito hace unos años atrás, en la secundaria. Creo recordar que hasta mi profesora me felicitó y tuvo la intención de presentar mi texto en algún lugar.

Recuerdo que se trataba de alguien, simplemente un sin nombre, que sentía lo mismo que yo pero aumentado por una depresión psicótica. En el texto describía la oscuridad de su interior y la del lugar en el que estaba atrapado, fundiéndose en una combinación siniestra que no dejaba lugar a ninguna esencia lumínica de ningún tipo. Algo determinado por una siniestra oscuridad depredadora, como medio a fin para lograr sellar el foso, ese abismo mental que sólo algunos llegan a conocer.

Algo que me sorprende, es la movilidad que tenia la narración. Porque a pesar de ser en 1° persona del singular, la omisión de los signos de puntuación parecian el resultado de estar escribiendo con desesperación o angustia. Cómo si la situación fuera de riesgo, entonces el ambiente tiene vida propia y su única intención es “tragarse” al narrador, para perpetuar el dolor.

La “inmensidad de la noche” mencionada como la eterna espera por la mañana, que no viene pero que también, es al final otro tipo de tortura irónica. Quizás mi realidad sea como que nunca más veré la luz del sol o que, ese lugar que lo mantenía encerrado, sea su último lugar de descanso. Una referencia a “sin salida”, “sin escapatoria” al destino inminente, cuyo único freno es el dulce sabor de la incertidumbre.

Como si fuera poco, empieza a jugar un segundo personaje que no describo, si no hasta el final. Este personaje es asexual, en principio, y sin sentimientos, sin descripciones mas que sus pasos, que resuenan en la cabeza del narrador, una y otra vez, confundiendo y generando el terror a lo desconocido.

¿Quién es este narrador aterrado y sin escapatoria? Para poder narrar como lo hace este personaje, más allá de la falta de puntuación, hay que conocer el estado de los pacientes con depresión y, además, paranoia.

Este tipo de patologías llevan su tiempo tratarlas y medicación casi permanentes. Según el texto, no sabemos en qué estado está el paciente pero, si suponemos que el diagnostico no es para nada bueno.

Terror, desesperación, angustia, incertidumbre, dolor, tensión. ¿Cuántas palabras se pueden utilizar?

El narrador increpa al lector, hasta absorberlo dentro del universo de la “celda”. El lector cae dentro de la espiral depresiva, que una y otra vez gira sobre el mismo eje: el no poder escapar de lo inevitable.

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Voy a confesar que yo soy el narrador, que soy el que estuve en ese lugar, aterrado y sin aliento rasguñando las paredes de mi alma hasta perder las uñas y la conciencia.

Mi estado ahora es de relativa estabilidad, pero recordar este texto, sólo me muestra cuán parecido es mi estado ahora con el de antes. Esa oscuridad que temo, hasta el punto de relacionarlo con el tiempo: mientras mas tiempo despierto esté, menos oscuridad. Ahora mismo me persiguen.

Hace 6 días que no duermo y no quiero ir al psiquiatra. No puedo ir, sé que me está drogando para matarme, no voy a caer y tampoco me voy a dejar vencer. La ultima vez, me atraparon tratando de forzar la puerta de entrada para escapar. Es que no puedo estar mas aquí, me lleva, me va a llevar y no voy a poder escapar.

Por eso te digo, por favor, si estás ahí leyendo esto. Ven y mira al interior de todo esto, y sabrás que el único escape es morir. Ese tabú del suicidio, no hay nada después, solo aire, sin tiempo, sin conciencia. Es como la suavidad eterna de lo que no tiene peso.

¡Ayúdame! ¡Necesito librarme de este cuerpo, de esta conciencia! No soy importante, ya no recuerdo si tengo familia, si tengo amigos. Siento la urgente necesidad de morir.

Si estás todavía leyendo, sácame y yo haré el resto.


Andrés Benitez

3 de julio de 2010

Disney is a poop


Yo sostengo que una película es una variación de una exposición de fotos. Es una secuencia de imágenes, dirigidas bajo la mirada atenta del director y posteriormente editadas para su entera comprensión dentro de un largometraje o un cortometraje.
En este caso me encantaría que la “exposición de imágenes” a la que me presenté haya sido positiva, pero solo logró aniquilar las razones por las que fui al lugar donde exponían este tipo de exposiciones de imágenes, mejor llamado, “cine”.
Primero y principal, mi generación nació jugando de arcade y computadora, aunque no es como las generaciones de ahora. Uno de los juegos que más recuerdo, dentro de la amplia gama de video juegos conocidos por mí, era el “El Príncipe de Persia” (Véase imagen).


El cual era un genial juego en el cual un príncipe debe restituir su lugar en el palacio, después de que un hechicero se deshiciera del Rey de Persia mediante sus artilugios malvados. Entonces va recorriendo los escenarios dando saltos, corriendo, caminando, blandiendo su espada enfrentando enemigos, resolviendo problemas, etc.
Debo confesar que he jugado este juego hasta el harto y no he llegado al último escenario, demasiado complicado.
Son bueno tiempos los que recuerdo cuando pienso en este juego, de alguna manera a esa edad temprana todo era un escenario en el cual siempre había un jefe al final.

Volviendo a mi crónica, después de pasar toda la tarde en la casa de mi amigo, el Indio y su hermano Mutumba, yo de alguna forma debía devolver a mi amigo las bebidas pagadas el día anterior y la hospitalidad. Cabe aclarar que los dos son unos seudo-indígenas-uruguayos-porteñizados, cuya cualidad chaman es el de manejar el cannabis de forma ancestral.
Decidimos entre los tres ir a ver “El Príncipe de Persia” al Cinemark de Caballito, porque queríamos verla en “3D”. Fuimos entonces, en colectivo, con muchas expectativas pero, aun así, había un oxigeno de mala vibra sobre la película ya que estaba producida por Disney y eso significaba, o todo lo contrario, que la película fuera una secuencia de imágenes de un héroe sensual trillado.
Todo esto produjo que al tratar de comprar las entradas nos detuviéramos a decidir si ver “Carancho” o la otra película. Además queríamos verla en 3D, pero lamentablemente no la tenía para esa sala. Terminamos decidiendo por el Príncipe de Persia. El único problema era que la función era a las 20 horas, y en ese momento eran las 18.10 horas de la tarde.
Lo que nos costó hacer tiempo es algo indescriptible, fuimos hasta el parque Rivadavia y nos detuvimos ahí las 2 horas que había que esperar. Entre las puteadas hacia mi persona sumada a las de mis 2 amigos, surgió un entretenimiento. En el centro del parque estaba ensayando la murga.
Era algo bastante informal pero hipnotizante, además de haber chicas muy lindas saltando de aquí para allá, los movimientos del grupo mixto de personas al compas de los bombos era sorprendente. Era como si del interior de sus músculos saliera el movimiento que debían hacer, para mí, que soy un infradotado para esos movimientos de tipo hiperkinéticos, me asombraban en gran manera.
Luego de empezar a ver los arboles a oscuras, empezamos a caminar por un empedrado, hasta el cine. Me daba la sensación de la imagen porteña de la calle de adoquines, cual mar, inundando la calle y siendo iluminada por las luces foto cromáticas de las lámparas de las veredas. Dar cada paso y encontrarme con una imagen pregrabada en mi cabeza, me decía que todavía me quedaba algo de raciocinio.
Llegamos a las puertas de ese cine al que, años atrás, alguna que otra vez había llevado a alguna comensal a mirar un película. Como niños antes de entrar, nos persignamos mentalmente rogando que la película valiera la pena.
Bajamos las escaleras rojas guiados por el conocimiento aprehendido en los cines, junto con personas que iban a ver otras películas, para adentrarnos en la sala y sentarnos en los mejores asientos de toda la sala: los del final. Nos acomodamos y, como por arte de magia, ya empezamos a putear la película que siquiera había comenzado.
Era cierto, la película tenia amplias posibilidades de ser una “mierda” pero sin capacidad de ser un poco buena.
No voy a hablar de la película porque realmente fue, una suerte de, basura corroída que tapa la cloaca de una bocacalle. Era tan mala que daba dolor mirarla, era inaguantable. Creo firmemente que de no haber estado drogado en ese momento, me hubiera levantado ofendido a reclamar lo pagado por esa entrada. Desagradable, inundada de clichés del héroe bonito que se lleva todo al final. Todo lo que representaba la cosmovisión del juego, estaba deformada por la acción soft que caracterizaba cada escena de lucha, acrobacia o sea cual fuera la escena.
Cuando terminó la película salí ofendido, era un insulto a la idea que tenia del juego en había jugado en mi niñez, también un insulto a los diseñadores de las continuaciones del “Prince of Persia” actuales. ¿Cómo describir la sensación no placentera al salir del cine?
Indescriptible, inmenso era el agujero que generó en mí esa película. Cuando llegué a mi casa, me senté en el comedor, prendí la tv y puse el canal “I-sat”, para ver si podía enganchar el ciclo “Primer plano I-sat”. Como verán, no lo encontré en ese momento.
Luego de no tener nada de lo que deseaba, ni siquiera de la misma televisión, me fui a dormir. Ofendido y exhausto. Con una sola conclusión: las películas de Disney son una mierda.


Andrés Benitez