21 de agosto de 2010

"SUS OJOS"



“Quítate la venda y descubre lo que hay ante ti.”

Como extraña parecía, cuando la ví confundida y con los ojos perdidos y fijos en el suelo. La observé detenidamente durante unos minutos, que parecían horas, preguntándome el cómo había llegado ella hasta ahí, delante mío.

Fijé mis ojos en los suyos y noté sus pupilas un poco dilatadas por el sol que resplandecía sobre los dos. Recorrí cada detalle de su rostro, cada reflejo del sol que caía suavemente sobre sus fino y delicados pómulos me maravillaban en sobremanera.

Una belleza inconmensurable era la que se desprendía de su mirada que, a la vez paciente y altiva, con avidez brotaban llamaradas de comodidad y gozo por estar allí. Sus ojos. Nunca había visto ojos tan hermosos, eran como si alguien hubiera fundido todo el universo, en toda su extensión, con la simpleza de la sombra que brinda un árbol un día de verano. Ver las líneas de sus ojos me provocaban un regocijo inexplicable en cada parte de mi cuerpo.

Su boca era incansablemente perfecta, era pequeña y amplia a la vez. Cada movimiento producido por la molestia de los rayos del sol, hacia que todo su rostro tratara de escapar de la ceguera que éste causaba.

Luego de observar su rostro, lentamente desvié mi mirada hacia su cuello que se mostraba desnudo ante mí. Su elasticidad y forma delicada, encendían fuegos en mi corazón de manera intermitente, que nuevamente volvían a avivarse con cada movimiento que ella realizaba.

Por unos instantes dudé, sobre todo. Me llegué a pregunta si lo que estaba viendo y sintiendo era “real”. Pero me dí cuenta que algo nació en dentro de mí, una antigua esperanza, como un candor inexplicable pero conocido. Ese sentimiento se plagó por todo mi sistema, dándome un impulso, un impulso de vida. Dentro de la negatividad que llevé durante mucho tiempo, empezó a brotar agua viva, que luego se transformo en una catarata de recuerdos alegres y amorosos.

Sin mirarme aún, ella se recogió el pelo hacia la derecha. Su pelo -que hermoso pelo-, color castaño oscuro, brillaba con el sol. Como si su cabello y el sol estuvieran emparentados de alguna manera. Gracias a esto y la brisa, que sosegaba cualquier palabra o sonido, me llegó hasta mis sentidos un aroma que nunca había sentido. Parecía el perfume de las rosas, con tulipanes y margaritas mezcladas con el tierno aroma de la tierra recién mojada después de una apacible lluvia.

Estaba maravillado y no podía pronunciar palabra alguna, no era un simple fenómeno de la naturaleza, no era alguien común. Inevitablemente pensé en la vida como fuerza, en Dios como director de esa fuerza. Empecé a relacionar mi corazón con esa fuerza y a sentir arrepentimiento por lo que causé alguna vez y lo que pensé en algún momento.

En ese instante, abrí mis ojos de se letargo y ella estaba justo frente a mí, respirando mi aire. Y me sonrió.
-Tu corazón ahora le pertenece a Él- me dijo con una voz tan dulce como la miel. -Él sintió tu corazón arrepentirse y no te quiere dejar nunca más solo- agregó.

Fue ahí cuando caí en cuenta de la realidad. Esto no era al azar, ella había sido destinada a clavar la verdad divina a través de su perfección, así como el Maestro vino a dar prueba viva de Dios.

Cuando levanté mi rostro vencido por el Señor de los Tiempos, ella estaba ahí expectante.

-Ahora lo entendí- se me cayeron las palabras una atrás de la otra en forma lenta.

-Era hora- audazmente me contestó. Y así como me dijo eso, de igual manera, me besó con fuerza, como quien no quiere abandonar al ser amado.

Fue el beso más hermoso que recibí jamás, fue la experiencia que nunca más se repetiría en mi vida mortal. No existió en ninguna parte de la tierra una persona que completara lo que sentí en esos segundos, que fueron horas de prados verdes y pacificas playas para mí.

Creo, firmemente, que no estaba en presencia de una mujer humana corriente. Creo, con toda mi fe y con todas mis fuerzas, que ella era un Ángel.


Andrés Benitez