15 de diciembre de 2010

LA CREATIVIDAD, CON SARCASMO

Claramente ésta no es la mejor forma de comenzar un ensayo, o tal vez sí. Quizás ya haya una explicación ensayística, “cientifística”, “argumentativística”, del por qué “Si” y el por qué “No”.

Más bien, yo vengo a hablar de una Idea que se me ocurrió estando sentado en un banco de plaza el jueves pasado por mi barrio, la concebí de manera espontánea sin estar preparado. Primero me pareció una verdadera estupidez, pero recordé a alguien que dijo “Nadie tenga en poco tu juventud” 1, y yo sé que no tenía nada que ver esa frase que daba vueltas en mi cabeza, con mi Idea, sólo quería escribirlo.

Ven, ahí está, el “sólo quería escribirlo” es la más viva creación de mi cabeza, es la Creatividad pura en proceso que da forma a la imagen que trato de expresar. Eso que imaginamos es también creativo. El hecho de recordar, pensar, relacionarnos, todo eso es un proceso creativo. Aunque no hablaré de toda mi ideología, me remitiré a la falacia de la negación de la Creatividad en la perspectiva de vida.


Muchos escuchamos que dicen “no tengo creatividad…” o, le dicen a otros lastimando sus corazones, “¡Vos no tenés creatividad!”. Dos modelos arcaicos de infelicidad, la interna y la externa.

Primero y principal, expondré el Primer Punto, de dos:

§ Con la Creatividad, Todos podemos producir “algo”

Qué afirmación, ¿no? Seguro no se esperaban algo tan familiar, repetido y explorado durante varias décadas –Pero estoy acá para que me lean y corrijan, yo escribo y hago las reglas de mis palabras-.

Yo debía hablar de esto, al menos por placer para explorar mi cabeza. Vayamos al primer ejemplo:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

Génesis 1:1, La Biblia

Supongamos que dios, o Dios, existe –pido disculpas a los de “corazón limpio”-. De seguro debe ser alguien realmente razonable, tanto como sus arrugas, alguien antiguo y buena onda.

Dios era tan pero tan piola que “Creó”, él solito, los cielos y la tierra. Él “Creó”, tuvo Creatividad pura. Capaz que estaba durmiendo una siesta y de pronto algo lo despertó, era una Idea, luego la Creó.

¿No es hermoso que, en el cuento mejor contado de toda la historia, apareciera la bondadosa existencia de la Creatividad? Claro que sí, no hay explicación para sus razones, dios estaba existiendo y de pronto, ¡cielos y tierra!

Pensemos en la persona que lo escribió, ésta estaba en Proceso de Creación, imagínense lo “reventado en loco” que debía estar que, en su “precario conocimiento” –como dice la ciencia moderna “somos más inteligentes que en siglos pasados” 2- de la realidad en la que habitaba, se le ocurrió que “Dios” creó todo. No es más loco pensar que vino alguien y creó todo así nomás, pues sí, mucha gente lo cree. Es muy irracional pero “ellos” lo creen fervientemente.

Citaré un poco del “Elogio de la Locura” de Erasmo de Rótterdam, para suavizar mis palabras:

“’Pero ¿dicen que es una desdicha el ser engañado?’ Yo digo, por el contrario, que es desdichadísimo el no ser engañado, dado que desquician sin medidas quienes estiman que la felicidad de los humanos se basa en las cosas mismas. Ella depende de las opiniones.” 3

Esto me lleva a la conclusión de que toda creación es parte de la creatividad de “algo” o alguien. Todos contenemos dentro ése Poder Creativo para llevar adelante nuestras Ideas, devenidos en deseos y metas. Tenemos la capacidad creativa de suplir nuestras necesidades en todos los contextos donde existimos. Somos capaces de hacer “algo” con nuestras vidas.


Segundo Punto:

§ La Creatividad también es tener una perspectiva de la Vida

Hay épocas en los que hay equilibrios y por cada uno de ellos, hay un centenar de desequilibrios. El equilibrio es lo que más cuesta alcanzar y lo que menos dura, ¿de cuántos años era el reinado de Rey joven y honesto? ¿40 años, tal vez 50 o 60 años? Una sola generación viviría bien, para luego caer en la desgracia de un rey corrupto, podemos verlo en los libros de los Reyes o las Crónicas de la Santa Biblia Convencional.
Los presidentes, ¿cuánto dura una buena presidencia? No lo contestaré, dejaré para ustedes la respuesta.

Así como hay negativo y positivo, me parece que nuestra naturaleza es bastante negativa, puedo arriesgar que casi en su totalidad. Si no fuera por “esos” que logran cambiar, primeramente, su mente y luego, de alguna manera inexplicable para mí, su cuerpo. Quiero decir, esas personas que son tan positivas que cambian esa negatividad, la hacen menguar, para después emanar la transformación o traspolación por donde vayan.

Están los “otros” que, pueden ser negativos o positivos pero, buscan con ansias el equilibrio, tanto de forma conciente como inconcientemente. Estos son la mayoría de los mortales.

Mis libros son negativos, pero mis estantes buscan el equilibrio. Linda metáfora de mi cabeza.

Eso es un invento nuestro, con herramientas culturales y demás, pero invento al fin. La palabra, la pintura, las modas, todo el arte, nuestra vida misma está impregnada por ésta Creatividad. Cada forma, cada perspectiva, es original.

La única comparación que existe de ésta Creatividad con otra cosa existente, es la Locura.
La locura –es decir, la máscara de mi bello Erasmo-, exclamaba ante los que le oían: “Pues, ¿qué cosa cuadra más que esto de que sea la misma Locura bocina de sus glorias y cantora de si misma? De hecho, ¿quién me expresará mejor a mí que yo misma?” 4.

Lo mismo digo sobre la Creatividad, ¿quién la expresará mejor que ella misma? Pero el único canal que ella puede utilizar para expresarse, en nuestro caso, inevitablemente somos nosotros.

Qué más agregar, que la Creatividad no haya agregado. La Creatividad se reinventa porque es parte de nuestra naturaleza, parte esencial de la psiquis y las células que nos conforman. Hay personas que dicen “Ése tiene un Don” o “Aquel es más inteligente/veloz/rico/bondadoso que cualquier otro”, lamentablemente para los que piensan así, la barrera que los hunde en esos pensamientos inferiores desaparece por completo con el verbo “Crear” puesto en acción.

Se llega a la conclusión de que la Creatividad, afecta desde el sistema nervioso de todo nuestro cuerpo hasta los profundos recuerdos que se condensan en el inconciente. Somos chispa, podemos crear.


“Con esto, no obstante, no quiero decir que cualquier extravío mental o de los sentidos tenga que denominarse con el nombre de demencia, dado que no siempre habrá de considerarse demente a quien con oftalmía ve un asno donde hay una mula, o a quien admira un poema indocto como si fuera doctísimo.” 5


Andrés Benitez


Referencias:

1. 1ra Timoteo 4:12, La Biblia.
2. http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/4362933/Inteligencia_-de-donde-sale__-_En-criollo_.html
3. Erasmo de Rótterdam, Elogio de la Locura (1ª ed. – Buenos Aires : Colihue, 2007), Cap. 45.
4. Ídem. Cap. 3.
5. Ídem. Cap. 38.

16 de noviembre de 2010

CORTAMAMBO


-¿Ché? ¿No estaría bueno tener un dispositivo para  detener el tiempo?  
-No sé, no existe tal cosa.  
-Pero, haber cómo te lo explico. Imagínate un  aparato, uno lo acciona y te detiene el tiempo y aparte, quepa en un bolsillo. ¡¿Te imaginás?! ¡¡Pocket!! 
-Entiendo, lo entiendo perfectamente. El único problema es que no... es... real, no existe.  
-Bueno, el sarcasmo es algo tuyo, yo sólo te pedí que lo imaginaras para que me sigas la corriente. ¡¡Vés, sos  un CORTAMAMBO!!


Andrés Benitez

29 de octubre de 2010

LA DEFENSA DE LOS DÉBILES (Tienda de Campaña)


Todavía me pregunto y no entiendo por qué suele surgirme escribir cuando estoy en el campo de batalla. Quisiera que me surja así cuando estoy solo en mis aposentos. Aunque creo que no funciona así, porque cuando tengo ganas verdaderas de escribir, escribo sin importar el lugar.

Cambiando de tema, lo que me gustaría mucho sería tener esa llegada magnífica al Enemigo/a que tienen algunos. Por lo que estuve viendo, es algo que se aprende a través del prueba-error que caracteriza a cada mente, cómo interpretar las señales, qué conducta debería seguir. Así y todo, sólo me vienen dos preguntas a la cabeza, la primera ¿Cómo (es la técnica, cómo son los tiempos y los usos correctos de las formaciones; cómo deben decirse las palabras que van y las que no)?
La segunda ¿Por qué (debe hacerse de esa manera, por qué de los tiempos y las formaciones; por qué esas palabras y no otras)?

Estas preguntas deben responderse asumiendo que la estrategia es convincente y carismática, la de algunos son realmente efectivas. Pero para no desviarnos y derrochar pensamientos, también hay que saber que cada estrategia de estos congéneres es, en su totalidad, equivalente a la del otro, más allá de las victorias y las derrotas.

Quizás haya personas que estando disminuidos en estos complejos pensamientos prácticos, preciosos y sensuales, tienen desarrolladas otras miles de habilidades en otras áreas.

¿Cómo debe ser la expresión en el campo de batalla? ¿Hasta cuándo debo mantener la defensa frente a la caballería? Cuestiones tan técnicas pasan por mi cabeza que, puedo reconocer exactamente cuando no estoy en mis cabales. Pero qué cabales, puedo decir que tal vez la ausencia de mis cabales son, a modo de humanizarme, el estado natural de mis pensamientos. Quiero decir, esos momentos son mi mayor libertad, en esos momentos es cuando puedo sentirme dentro de mi hábitat social para desarrollar mis fuerzas, convertirme en un individuo importante y gustoso por alcanzar honrosamente la victoria deseada.

¿Pero está bien así? ¿Está bien vivir ciego y con una ilusión a cuestas? ¿Vale la pena perder la libertad del corazón en pos de ser elevado por “Ellos”? Me parece que no, hay barreras bajas, medias y altas. Algunas barreras bajas defienden mejor que otras altas, mal fortificadas por un narcisismo materializado e inmenso. Pero yo siento que tengo grandes muros, y la imagen que viene a mi mente es la “Gran Muralla Oriental de Israel” en sus tiempos de oro.

Es difícil comparar tus muros con los míos, porque primero son abstractos, creadas por el mágico poder del pensamiento, la razón (el fenómeno más grande, después de la Vida y la Muerte).

En este sentido, pareciera que aunque uno sea simple (que eso no es más que mentirosa modestia) claramente también tiene enormes muros mentales. Nadie puede escapar de estos castillos interiores.

Ya no cuenta la simpleza, ya no cuenta el honor, ahora existe otro tipo de guerra.

Es obvio que quiero ganar alguna vez en mi vida, algo nada más. Sentir que lo obtuve yo, que lo pude lograr a mi manera y que no fui en pos de nadie. Las limitaciones, las trabas estructurales ahora me son silenciosas y espontáneas, no tengo idea cuándo puede llegar la derrota a la cual estoy condenado desde antes de nacer.

Pero es como dicen, “seguir adelante”. No es la frase más alentadora, sólo es una metáfora de la vida que nos dice que avanza y que no nos tenemos que quedar atrás.




Andrés Benitez

29 de septiembre de 2010

MIRADO POR ELLA

Cada paso era irreverente, dentro de la ausencia de masa humana. Estaba totalmente sólo, su única compañía era su barco, lleno de antigüedades y saberes escritos en las paredes.

El Capitán observaba la lejanía del mar y el cielo cuando se funden, convirtiéndose en aquello que muchos han temido, llamado el “Fin”. Sin embargo, él era un templario de pura sepa y estaba, sin ningún rastro de miedo, con sus ojos alineados directamente a esa “oscuridad”, la cual se podía ver desde Estribor. Amenazante, pero congelada en su sustancia, era esa “cosa” dentro del minuto cero de los tiempos longevos.

El viento no cesaba, más bien arreciaba, y se mantenía tercamente constante, como el Capitán. En la oscuridad se dejaron ver dos luciérnagas, lejanas e inmóviles, que se acercaban lentamente a través de la bruma. Eran los faros del tiempo, que de tanto en tanto comunican al navegante que su vida está por tocar tierra.

Pero eso era “Imposible”, ya que el Capitán ya conocía ese tipo de “luces”, por lo tanto él llegó rápido a una conclusión, estaba frente a un Fenómeno sin precedente, dentro de su vida.

Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

El Capitán, que estaba posicionado delante de timón, como aquel libertador, se desplomó en el suelo.

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- ¡SANTAS NINFAS! -gritó consternado el Capitán, consecuencia por mi rostro completamente incrédulo.

Mientras miraba su jarra de cerveza en la barra, noté que su rostro se había turbado. No eran los gestos de aquel que cuenta anécdotas o simplemente está borracho, sino la de una persona que experimentó un suceso inexplicable, para él.

- ¿Y qué pasó después? -indagué, curioso y exaltado por la emoción de escuchar algo que no creería, quizás nunca en mi vida.

Claramente, el Capitán no era una persona de fe, su lugar, desde el que tuvo uso de razón, había sido el mar. Sus vivencias habían sido la totalidad del crudo riesgo que regala esa intolerante pero bella injusticia que regala el mar abierto. Era puro hombre, pura cicatriz, era dy hierro marcado para guerra. Pero ahora, no era más que un ciudadano cobarde, tomando una cerveza con un desconocido, aún buscando sus propias respuestas.

Hice una mueca para hablar, pero la desarmé. Luego, él levantó su vista y dijo (pondré en negrita lo que él dijo):

“Mirá, aunque tú me encuentres así, no entenderías… (balbuceos)… ¡nada!”
“No es que tú no sepas, sino que no encuentro la manera para ponerlo a tu forma, ya que mi forma es diferente, en el fondo, a tu manera de pensar, de hablar y todo eso.”
“Yo estaba esa noche navegando, mientras miraba esa ‘oscuridad’ al estribor. Mientras más fijaba mis ojos en esa cosa con luz, más se aparecían en mi cabeza unos ‘ojos’. Éstos eran tan profundos como los Abismos Oceánicos del Pacífico, tan misteriosos como el enorme Triángulo de las Bermudas, que me produjeron terror y a la vez placer al observarlos. El placer que me producía era porque esos ojos eran de Mujer, y tenían forma como de enamorada.”

Tragó saliva y avanzó con su relato.

“¡Entonces! Yo estaba tan perdido en esos ojos que de pronto… ¡se mezclaron!”
- ¿Cómo qué se mezclaron? - pregunté desencajado, ciertamente perdido en el relato.

“Sí, se mezclaron o se volvieron uno, mis ojos y los de Ella. Fue menos de un segundo, todo fue así. Cómo si se hubieran metido dentro de los míos. ¿Entendéis?”
- ¿Qué cosa se te metió? -era imposible pasar por alto la oración con sujeto tácito.

“Cómo querés que te lo diga, sino me entiendes y encima te ríes de mí.”
“Lo único que quiero agregar es que desde ese momento, siento temor y respeto hacia ese mar extraño que conocí esa vez. Fue un cruce de dimensiones, yo humano y esas luces, del mar, compartimos un vínculo. Quiero pensar que el mar me dio el gusto de ser… Mirado por ELLA.”

Andrés Benitez

15 de septiembre de 2010

EL ROBIN HOOD DE LA POLÍTICA presenta: CÚSPIDE

- ¡Cúspide!

- ¿Cómo?

- Sí, ya lo escuchaste, esa es mi teoría.

- ¿Pero cómo llegás a esa hipótesis? ¿No te basta con poner a todos en tu contra?

- ¡Pero eso es lo que pienso! Además, si los demás no pueden tratar un tema de “ésa” magnitud, yo no tengo por qué darles tregua. Lo único que quiero es que entiendan que los decibeles de des-información sobre la Amenaza Galáctica ya alcanzaron los límites insospechables, todo está plagado de mentiras, omisiones y tergiversaciones- retomó su defensa como si fuera lo último que la vida le diera.

Todos estaban incómodos, miraban en silencio sus platos o algún compañero de mesa. Claramente algunos no apoyaban la cosmovisión de éste héroe, pero otros que habían llegado más tarde hacían su bandera de ella.

Parecían Unitarios y Federales cuando intercambiaban gestos y miradas. Como un pacto, todos en contra pero sin atacar. Pasó un minuto de silencio de caras agrias. Hasta que Luciano se animó a romperlo.

- ¡Basta de discutir! Para mí, lo que se tendría que hacer es: primero, comer tranquilos; segundo, reírnos mucho; tercero y último, pagar la cuenta y volver todos a nuestras casas calentitas con nuestras familias o sin ellas. No es necesario seguir con este debate que ya está tomando un rumbo poco agradable.

- ¡¡VÉS!! ¡Él lo que hace! Lo que hace es desviar la atención, así nos olvidamos de lo que nos rodea y lo volvemos cotidiano. Quién dice que no es ahora el momento para levantarnos e ir a hacer, ¡lo que sabemos hacer y para lo que fuimos hechos!

- Pero tenemos órdenes- estalló uno, desde el fondo de la mesa.

- ¡Pero si el pueblo no está! ¡¡ ¿A quién vas a defender?!!

Todos estaban muy cansados, aún el Hombre de Acero quería compartir un momento del día con su mujer.

- Bueno muchachos, me retiro para ir con mi jermú. -mientras saludaba uno por uno, le hacía gestos a Flash para que se dirigiera hacia la puerta- Hoy realmente fue una sesión memorable, como las que veníamos teniendo.

Ya estando en la puerta Flash, sacaba de su bolsillo el paquetito con Marihuana y los Lillos para armar. Superman ya estaba despidiéndose con la mano.

- ¿Ya los tenés armados?

- ¡Sabes que soy el más rápido, -le decía en voz baja- Ya armé siete en este ratito!

- Bueno dale entonces, vamos a la terraza del “Empaier” a fumar. Quiero aclarar igualmente que, ¿te digo la verdad? ….

El Hombre del Rayo en el pecho, asentía sin dudar, mientras caminaban por la calle.
- … estar con mi mujer, es tan desgastante como venir a estas sesiones.

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SILENCIO DE MIRADA CALÓRICA, ENCENDIDO Y RESPIRO HONDO. Luego, largamos el humo.

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- A mi también me pasa lo mismo… pero con mi gato.

























Andrés Benitez

11 de septiembre de 2010

EL MOVIMIENTO Y LA INMOVILIDAD


Quietud, una palabra paciente que a veces, sólo a veces, parece descartable en uso. Tan primaveral como otoñal, se juega sus fichas sin arriesgar y sin perder ninguna. Inimaginables horas de simplemente sesenta minutos que se encadenan, quizás porque así creen
que será más fiel el tiempo a las agujas, una detrás de la otra. Quieto, inmóvil, silencio, brisa fresca, todas palabras intentan interpretar la acción de nuestra protagonista.

La Quietud abrió los ojos lentamente, miró a su alrededor y apagó el despertador. Se sentó y se frotó la frente con su mano izquierda, para luego quedarse inmóvil durante unos minutos. Miraba la nada, que se presentaba como un objeto flotante e hiperactivo, junto con su magnifica cualidad invisible. La Quietud no le sacaba sus ojos re concentrado, no hipnóticos, de encima.

Parecía que el tiempo era el que la esperaba, esperaba a que tome una decisión de “qué hacer” para seguir corriendo en contra de la irrealidad. Suspendido como el polvo cuando flota suavemente en el aire, congelado en un espacio específico de la ilusión.

Ya con los pies sobre el suelo, se puso de pie. Inclinando su cabeza hacía adelante intentaba pensar o imaginar que su conciencia se solidificaba para poder ver en claro lo que iba a hacer. Recurría a cualquier pensamiento para hacer presente esa conciencia.

Mientras luchaba para que su inconciente no pudiera aplastar a la casi “ausencia de felicidad”, porque sin lugar a dudas un poquito había, se dirigió al baño. Se detuvo ante su reflejo y se limitó a mojarse la cara, sonreír y atarse su largo pelo. Sin expresiones se mantenía, no forzadamente sino como resultado de lo que era: Quietud.

Retomó sus pasos para volver a la habitación, guiada como en transe sin fallar en ningún obstáculo. Se detuvo bruscamente ante el armario, observó las líneas de sus “compuertas” al mundo de la No Desnudez. Casi como interpretando cada mecanismo sus movimientos súbitos terminaron de abrirlas de par en par, dejando ver la frondosa recolección de prendas viejas en el estante superior, prendas nuevas en el segundo estante, prendas usadas cotidianamente en el tercero y por último, en el estante inferior, las chucherías añejas de épocas pasadas. Cada estante con distinto valor y representación porque las prendas que eran viejas, eran realmente viejas, y las nuevas, realmente nuevas -hasta con el aroma característico de algo nuevo-.

Para ser Quietud, su forma de ser era bastante metódica. No trabajaba, era mantenida con amor por sus padres y su edad era de 22 recién cumplidos. No era muy alta en estatura pero sus ojos, que eran tan transparentes como verdes, observaban lugares más altos. Quién pudiera decir que esos ojos eran, o son, de una verdadera soñadora con ideales y deseos que no escatiman en imaginación. Otros podrían alegar a una disposición más simple: “Las palabras son recordadas por su honestidad, pasión y entrega.”

Cualquiera fuera el caso, ella militaba. Pero no de manera ciega, aún cuando ya conocía de memoria el discurso “defensivo/atacante” de la política para blandirla cuando fuera necesario, su razón no discutía con sus convicciones de Fondo. Lo cual la volvía noble, pensante y equilibrada, además de excesivamente atractiva.

Suelo pensar que este tipo de mujeres son escasas, pero debería pensar, y corrigiendo mi hipótesis, que en realidad yo no sé buscar este tipo de mujeres. Sin embargo, remarco, la Quietud me da curiosidad.

¿Quién no dudaría de alguien que, estándolo o no, aparenta una excesiva comodidad? Esto nos lleva a una nueva pregunta: ¿La Quietud es lo que dice ser?

Y suponiendo que conocemos a alguien cuyos síntomas son los de la Quietud, ¿qué debemos hacer? Ellos están muy cómodos en esa realidad, tanto lo están que la sinceridad para ellos mismos no existe, sólo está la verdad del Estandarte de su credo, su pasión y fuerza. Todo se unifica en una cosa, Quietud.

¿Acaso esperamos algo?

Entonces, si no sabemos lo que esperamos… ¡¿Por qué estamos tan jodidamente quietos?!

Pensamos y pensamos en el movimiento y la inmovilidad. Dueños de nuestros cuerpos no nos percatamos que la unidad de un mismo deseo nos conduce a ese fin práctico, claro, observable y asquerosamente real, por mal que pese.


Mientras pensaba todo esto, la Quietud ya se había ido con sus maletas cerrando tras de sí la puerta.






11 de Septiembre de 2010, Buenos Aires, Argentina.



Andrés Benitez

21 de agosto de 2010

"SUS OJOS"



“Quítate la venda y descubre lo que hay ante ti.”

Como extraña parecía, cuando la ví confundida y con los ojos perdidos y fijos en el suelo. La observé detenidamente durante unos minutos, que parecían horas, preguntándome el cómo había llegado ella hasta ahí, delante mío.

Fijé mis ojos en los suyos y noté sus pupilas un poco dilatadas por el sol que resplandecía sobre los dos. Recorrí cada detalle de su rostro, cada reflejo del sol que caía suavemente sobre sus fino y delicados pómulos me maravillaban en sobremanera.

Una belleza inconmensurable era la que se desprendía de su mirada que, a la vez paciente y altiva, con avidez brotaban llamaradas de comodidad y gozo por estar allí. Sus ojos. Nunca había visto ojos tan hermosos, eran como si alguien hubiera fundido todo el universo, en toda su extensión, con la simpleza de la sombra que brinda un árbol un día de verano. Ver las líneas de sus ojos me provocaban un regocijo inexplicable en cada parte de mi cuerpo.

Su boca era incansablemente perfecta, era pequeña y amplia a la vez. Cada movimiento producido por la molestia de los rayos del sol, hacia que todo su rostro tratara de escapar de la ceguera que éste causaba.

Luego de observar su rostro, lentamente desvié mi mirada hacia su cuello que se mostraba desnudo ante mí. Su elasticidad y forma delicada, encendían fuegos en mi corazón de manera intermitente, que nuevamente volvían a avivarse con cada movimiento que ella realizaba.

Por unos instantes dudé, sobre todo. Me llegué a pregunta si lo que estaba viendo y sintiendo era “real”. Pero me dí cuenta que algo nació en dentro de mí, una antigua esperanza, como un candor inexplicable pero conocido. Ese sentimiento se plagó por todo mi sistema, dándome un impulso, un impulso de vida. Dentro de la negatividad que llevé durante mucho tiempo, empezó a brotar agua viva, que luego se transformo en una catarata de recuerdos alegres y amorosos.

Sin mirarme aún, ella se recogió el pelo hacia la derecha. Su pelo -que hermoso pelo-, color castaño oscuro, brillaba con el sol. Como si su cabello y el sol estuvieran emparentados de alguna manera. Gracias a esto y la brisa, que sosegaba cualquier palabra o sonido, me llegó hasta mis sentidos un aroma que nunca había sentido. Parecía el perfume de las rosas, con tulipanes y margaritas mezcladas con el tierno aroma de la tierra recién mojada después de una apacible lluvia.

Estaba maravillado y no podía pronunciar palabra alguna, no era un simple fenómeno de la naturaleza, no era alguien común. Inevitablemente pensé en la vida como fuerza, en Dios como director de esa fuerza. Empecé a relacionar mi corazón con esa fuerza y a sentir arrepentimiento por lo que causé alguna vez y lo que pensé en algún momento.

En ese instante, abrí mis ojos de se letargo y ella estaba justo frente a mí, respirando mi aire. Y me sonrió.
-Tu corazón ahora le pertenece a Él- me dijo con una voz tan dulce como la miel. -Él sintió tu corazón arrepentirse y no te quiere dejar nunca más solo- agregó.

Fue ahí cuando caí en cuenta de la realidad. Esto no era al azar, ella había sido destinada a clavar la verdad divina a través de su perfección, así como el Maestro vino a dar prueba viva de Dios.

Cuando levanté mi rostro vencido por el Señor de los Tiempos, ella estaba ahí expectante.

-Ahora lo entendí- se me cayeron las palabras una atrás de la otra en forma lenta.

-Era hora- audazmente me contestó. Y así como me dijo eso, de igual manera, me besó con fuerza, como quien no quiere abandonar al ser amado.

Fue el beso más hermoso que recibí jamás, fue la experiencia que nunca más se repetiría en mi vida mortal. No existió en ninguna parte de la tierra una persona que completara lo que sentí en esos segundos, que fueron horas de prados verdes y pacificas playas para mí.

Creo, firmemente, que no estaba en presencia de una mujer humana corriente. Creo, con toda mi fe y con todas mis fuerzas, que ella era un Ángel.


Andrés Benitez

8 de julio de 2010

DESCRIPCIÓN PACIENTE

El otro día recordaba un cuento que había escrito hace unos años atrás, en la secundaria. Creo recordar que hasta mi profesora me felicitó y tuvo la intención de presentar mi texto en algún lugar.

Recuerdo que se trataba de alguien, simplemente un sin nombre, que sentía lo mismo que yo pero aumentado por una depresión psicótica. En el texto describía la oscuridad de su interior y la del lugar en el que estaba atrapado, fundiéndose en una combinación siniestra que no dejaba lugar a ninguna esencia lumínica de ningún tipo. Algo determinado por una siniestra oscuridad depredadora, como medio a fin para lograr sellar el foso, ese abismo mental que sólo algunos llegan a conocer.

Algo que me sorprende, es la movilidad que tenia la narración. Porque a pesar de ser en 1° persona del singular, la omisión de los signos de puntuación parecian el resultado de estar escribiendo con desesperación o angustia. Cómo si la situación fuera de riesgo, entonces el ambiente tiene vida propia y su única intención es “tragarse” al narrador, para perpetuar el dolor.

La “inmensidad de la noche” mencionada como la eterna espera por la mañana, que no viene pero que también, es al final otro tipo de tortura irónica. Quizás mi realidad sea como que nunca más veré la luz del sol o que, ese lugar que lo mantenía encerrado, sea su último lugar de descanso. Una referencia a “sin salida”, “sin escapatoria” al destino inminente, cuyo único freno es el dulce sabor de la incertidumbre.

Como si fuera poco, empieza a jugar un segundo personaje que no describo, si no hasta el final. Este personaje es asexual, en principio, y sin sentimientos, sin descripciones mas que sus pasos, que resuenan en la cabeza del narrador, una y otra vez, confundiendo y generando el terror a lo desconocido.

¿Quién es este narrador aterrado y sin escapatoria? Para poder narrar como lo hace este personaje, más allá de la falta de puntuación, hay que conocer el estado de los pacientes con depresión y, además, paranoia.

Este tipo de patologías llevan su tiempo tratarlas y medicación casi permanentes. Según el texto, no sabemos en qué estado está el paciente pero, si suponemos que el diagnostico no es para nada bueno.

Terror, desesperación, angustia, incertidumbre, dolor, tensión. ¿Cuántas palabras se pueden utilizar?

El narrador increpa al lector, hasta absorberlo dentro del universo de la “celda”. El lector cae dentro de la espiral depresiva, que una y otra vez gira sobre el mismo eje: el no poder escapar de lo inevitable.

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Voy a confesar que yo soy el narrador, que soy el que estuve en ese lugar, aterrado y sin aliento rasguñando las paredes de mi alma hasta perder las uñas y la conciencia.

Mi estado ahora es de relativa estabilidad, pero recordar este texto, sólo me muestra cuán parecido es mi estado ahora con el de antes. Esa oscuridad que temo, hasta el punto de relacionarlo con el tiempo: mientras mas tiempo despierto esté, menos oscuridad. Ahora mismo me persiguen.

Hace 6 días que no duermo y no quiero ir al psiquiatra. No puedo ir, sé que me está drogando para matarme, no voy a caer y tampoco me voy a dejar vencer. La ultima vez, me atraparon tratando de forzar la puerta de entrada para escapar. Es que no puedo estar mas aquí, me lleva, me va a llevar y no voy a poder escapar.

Por eso te digo, por favor, si estás ahí leyendo esto. Ven y mira al interior de todo esto, y sabrás que el único escape es morir. Ese tabú del suicidio, no hay nada después, solo aire, sin tiempo, sin conciencia. Es como la suavidad eterna de lo que no tiene peso.

¡Ayúdame! ¡Necesito librarme de este cuerpo, de esta conciencia! No soy importante, ya no recuerdo si tengo familia, si tengo amigos. Siento la urgente necesidad de morir.

Si estás todavía leyendo, sácame y yo haré el resto.


Andrés Benitez

3 de julio de 2010

Disney is a poop


Yo sostengo que una película es una variación de una exposición de fotos. Es una secuencia de imágenes, dirigidas bajo la mirada atenta del director y posteriormente editadas para su entera comprensión dentro de un largometraje o un cortometraje.
En este caso me encantaría que la “exposición de imágenes” a la que me presenté haya sido positiva, pero solo logró aniquilar las razones por las que fui al lugar donde exponían este tipo de exposiciones de imágenes, mejor llamado, “cine”.
Primero y principal, mi generación nació jugando de arcade y computadora, aunque no es como las generaciones de ahora. Uno de los juegos que más recuerdo, dentro de la amplia gama de video juegos conocidos por mí, era el “El Príncipe de Persia” (Véase imagen).


El cual era un genial juego en el cual un príncipe debe restituir su lugar en el palacio, después de que un hechicero se deshiciera del Rey de Persia mediante sus artilugios malvados. Entonces va recorriendo los escenarios dando saltos, corriendo, caminando, blandiendo su espada enfrentando enemigos, resolviendo problemas, etc.
Debo confesar que he jugado este juego hasta el harto y no he llegado al último escenario, demasiado complicado.
Son bueno tiempos los que recuerdo cuando pienso en este juego, de alguna manera a esa edad temprana todo era un escenario en el cual siempre había un jefe al final.

Volviendo a mi crónica, después de pasar toda la tarde en la casa de mi amigo, el Indio y su hermano Mutumba, yo de alguna forma debía devolver a mi amigo las bebidas pagadas el día anterior y la hospitalidad. Cabe aclarar que los dos son unos seudo-indígenas-uruguayos-porteñizados, cuya cualidad chaman es el de manejar el cannabis de forma ancestral.
Decidimos entre los tres ir a ver “El Príncipe de Persia” al Cinemark de Caballito, porque queríamos verla en “3D”. Fuimos entonces, en colectivo, con muchas expectativas pero, aun así, había un oxigeno de mala vibra sobre la película ya que estaba producida por Disney y eso significaba, o todo lo contrario, que la película fuera una secuencia de imágenes de un héroe sensual trillado.
Todo esto produjo que al tratar de comprar las entradas nos detuviéramos a decidir si ver “Carancho” o la otra película. Además queríamos verla en 3D, pero lamentablemente no la tenía para esa sala. Terminamos decidiendo por el Príncipe de Persia. El único problema era que la función era a las 20 horas, y en ese momento eran las 18.10 horas de la tarde.
Lo que nos costó hacer tiempo es algo indescriptible, fuimos hasta el parque Rivadavia y nos detuvimos ahí las 2 horas que había que esperar. Entre las puteadas hacia mi persona sumada a las de mis 2 amigos, surgió un entretenimiento. En el centro del parque estaba ensayando la murga.
Era algo bastante informal pero hipnotizante, además de haber chicas muy lindas saltando de aquí para allá, los movimientos del grupo mixto de personas al compas de los bombos era sorprendente. Era como si del interior de sus músculos saliera el movimiento que debían hacer, para mí, que soy un infradotado para esos movimientos de tipo hiperkinéticos, me asombraban en gran manera.
Luego de empezar a ver los arboles a oscuras, empezamos a caminar por un empedrado, hasta el cine. Me daba la sensación de la imagen porteña de la calle de adoquines, cual mar, inundando la calle y siendo iluminada por las luces foto cromáticas de las lámparas de las veredas. Dar cada paso y encontrarme con una imagen pregrabada en mi cabeza, me decía que todavía me quedaba algo de raciocinio.
Llegamos a las puertas de ese cine al que, años atrás, alguna que otra vez había llevado a alguna comensal a mirar un película. Como niños antes de entrar, nos persignamos mentalmente rogando que la película valiera la pena.
Bajamos las escaleras rojas guiados por el conocimiento aprehendido en los cines, junto con personas que iban a ver otras películas, para adentrarnos en la sala y sentarnos en los mejores asientos de toda la sala: los del final. Nos acomodamos y, como por arte de magia, ya empezamos a putear la película que siquiera había comenzado.
Era cierto, la película tenia amplias posibilidades de ser una “mierda” pero sin capacidad de ser un poco buena.
No voy a hablar de la película porque realmente fue, una suerte de, basura corroída que tapa la cloaca de una bocacalle. Era tan mala que daba dolor mirarla, era inaguantable. Creo firmemente que de no haber estado drogado en ese momento, me hubiera levantado ofendido a reclamar lo pagado por esa entrada. Desagradable, inundada de clichés del héroe bonito que se lleva todo al final. Todo lo que representaba la cosmovisión del juego, estaba deformada por la acción soft que caracterizaba cada escena de lucha, acrobacia o sea cual fuera la escena.
Cuando terminó la película salí ofendido, era un insulto a la idea que tenia del juego en había jugado en mi niñez, también un insulto a los diseñadores de las continuaciones del “Prince of Persia” actuales. ¿Cómo describir la sensación no placentera al salir del cine?
Indescriptible, inmenso era el agujero que generó en mí esa película. Cuando llegué a mi casa, me senté en el comedor, prendí la tv y puse el canal “I-sat”, para ver si podía enganchar el ciclo “Primer plano I-sat”. Como verán, no lo encontré en ese momento.
Luego de no tener nada de lo que deseaba, ni siquiera de la misma televisión, me fui a dormir. Ofendido y exhausto. Con una sola conclusión: las películas de Disney son una mierda.


Andrés Benitez

19 de junio de 2010

No se muere del todo.

Al momento que ingresaron por la fuerza a su hogar de la calle Viamonte al 3500, Ana María Solcesti de Raoma estaba cocinando la cena que compartiría con su marido cuando éste llegara de una reunión de trabajo, en poco más de tres cuartos de hora.
El grito de "mi bebé recién nacido está durmiendo" no despertó sentimiento de piedad alguno en el uniformado que la mantenía reducida, con los brazos hacia atrás y tironeándole los pelos. Tampoco surgió efecto en los otros integrantes de la fuerza que recorrían cada rincón de la casa y revisaban cada recoveco en busca de documentación comprometedora. De pronto, un disparo.
Minutos después todos abandonaban la vivienda. Incluso Ana María. Incuso Damián, su hijo recién nacido.
La noche abrigaba la clandestinidad de la operación. El día también lo hubiera hecho, si hasta lo hicieron muchos vecinos que prefirieron enceguecer por unos instantes.
No mucho tiempo pasó desde la partida del Falcon hasta el momento en que Alessandro, el marido de Ana, llegó a su hogar. Cuando cruzaba la calle observó que la puerta estaba entornada. Creyó que había sido un nuevo olvido de su bohemia mujer y apuró la marcha dispuesto a entrar y hacerle notar el error que había cometido.
En cuanto abrió la puerta e ingresó a su casa, el muchacho de veintiocho años empezó a entrar en crisis. Lejos estaba ese espacio de ser el hogar de amor que estaba construyendo junto a su esposa para la crianza de su niño.
Había papeles tirados por todos lados, cosas rotas, todo estaba revuelto. El dormitorio parecía un campo de batalla, minado de cristales del vidrio que tenía el espejo de pie que se lucía allí. El poco verde del jardín estaba ahora teñido de rojo por la sangre de Onqui, un perro tan negro como la noche que había intentado defender a sus dueños pero había fracasado en el intento. Gatillo fácil hasta con los animales.
Paulatinamente Alessandro fue saliendo del estado de shock y entrando en razón. Habían secuestrado a su mujer y a su hijo, pero no terminaba de reaccionar. No sabía qué hacer.
Dando vueltas por la casa, como creyendo que de pronto aparecería Ana con Damián en brazos, se encontró con una nota que le habían dejado en la habitación pero que en un primer vistazo no había observado. "Si los buscas, el próximo sos vos" le advertía el anónimo, aunque estaba más que claro quien lo firmaba. Pero lejos de amedrentarlo, la nota sirvió de disparador.
Inútilmente trató de buscar el documento de su mujer. No estaba, se lo habían llevado. Minutos después salió corriendo hacia la comisaría que quedaba a no más de diez cuadras de su domicilio. El reloj estaba próximo a dar inicio a un nuevo día cuando entró en la comisaría y le explicó al comisario lo sucedido, aunque fue en vano.
"Veremos qué podemos hacer" fue la tímida respuesta del oficial al joven que sentía que su vida se desmoronaba, no obstante no estaba dispuesto a bajar los brazos. Salió de allí insultando a todos, incluso a los escritos de su mujer. Estaba seguro que éstos eran los culpables de la situación. Volvió a su casa, se dirigió a aquel lugar en el que Ana guardaba sus tesoros, y efectivamente, ya no estaban tampoco. Sólo se conservaban las copias, escondidas en un lugar no menos seguro y que no fueron halladas.
Volvió a salir de su domicilio a perderse por las calles, porque en verdad no tenía nada por hacer. No sabía dónde estaban su mujer y su hijo, ni cómo podría encontrarlos; pero tampoco quería quedarse con esa amarga sensación de no haber hecho algo por su familia.
El amanecer del día siguiente lo encontró despertando en una celda reducida, que compartía con otras dos personas, una acusada de abuso sexual y otra de homicidio culposo. No recordaba bien lo sucedido, qué había sido lo que lo había depositado en aquel lugar inmundo cuando él simplemente estaba buscando a sus seres más queridos. No sabía que eso, en esa época, era un delito. Las marcas de los golpes que le propinaron al momento de la detención eran visibles a cualquiera que se propusiera hacerlo, pero él no recordaba el hecho.
Teniendo en claro los derechos de un detenido pero no así el contexto del país en que vivía, pidió que le dejaran hacer una llamada para comunicarse con alguien que lo pudiera ayudar. La respuesta fue una nueva feroz golpiza, que obligó a trasladarlo al servicio médico del centro de detención.
Ana María amaneció en un lugar mucho más ingrato que el de su marido, aunque cueste creerlo. Había llegado allí alrededor de la una de la mañana. Se trataba de una habitación bastante espaciosa, con pisos de madera, paredes altas visitadas por la humedad, y con muchas ventanas; las cuales estaban completamente clausuradas con maderas para evitar la excesiva entrada de luz. Sólo una pequeña ventana estaba abierta para que el espacio no quede completamente a oscuras. En el piso, alrededor de quince colchones tirados, eran el lugar de descanso de para cada una de las, ahora, catorce recluidas en aquel centro clandestino de detención.
Ni bien le indicaron cuál sería su colchón y dejaron al bebé de apenas treinta días sobre éste, los dos militares se retiraron. No le desataron las manos ni le quitaron la venda de sus ojos, al igual que hacían con cada detenido que llegaba allí.
Estaba muy nerviosa hasta el momento en que se fueron los uniformados y una mujer que se había despertado por los ruidos y por el llanto del bebé, se acercó a ella.
En ese momento le aflojó las cuerdas que ataban sus manos sin llegar a desatárselas y le bajó el trapo que tapaba su visión. Le explicó entonces que ese es un acto de generosidad entre las compañeras de habitación, pero le aclaró que en cuanto hubiera riesgo de que alguna autoridad ingresara, debía volver a cubrirse los ojos y hacer visible sus manos atadas. Luego le colocó a Damián en sus brazos para que pudiera amamantarlo, y allí comenzaron a hablar de la criatura. Las voces de la conversación fueron despertando de a poco a las otras mujeres que compartían la celda, quienes se acercaron a saludarla y a intercambiar distintas experiencias y los distintos "argumentos" por los que se encontraban allí.
"Soy escritora, y la única que le ordena a mi lapicera qué debe escribir, y a mi boca qué debe decir soy yo. Nadie va a cambiar este pensamiento mío, es mi lema de trabajo; y seguramente soy un escollo para ellos" comentó Ana María.
"No sé que estará pensando mi marido, ó si también le hicieron algo a él. Pensar todo lo que esperamos a Damián y no poder disfrutar de esta etapa de su vida juntos me pone demasiado triste. Dios quiera que esto termine rápido" Un ruido en la cerradura de la puerta hizo que cada una volviera a su posición y la charla se cortara abruptamente.
Alessandro, por su parte, logró entender que debía tener más cuidado con sus actitudes y comentarios para poder tener alguna opción de salvarse. Ya había regresado a la misma celda en la que había sido encarcelado cuando llegó allí. Las próximas horas eran cruciales para definir su futuro y sabía que en verdad su caso era más bien una cuestión política que legal.
Sus padres fueron los primeros en enterarse de todo lo que estaba sucediendo, puesto que finalmente él pudo comunicarse por teléfono. Fueron ellos quienes le comunicaron cuál era la situación a los padres de Ana. Todos emprendieron rápidamente el viaje hacia la capital, acordando encontrarse en la casa de los jóvenes. No podían comprender tantas emociones yuxtapuestas: hacía un mes celebraban el nacimiento de su nieto, y ahora lamentaban la desaparición de la familia. La llegada de ellos fue fundamental en el futuro inmediato de Alessandro que por orden del juez fue liberado. Estando un poco más tranquilos por dicha resolución, todos los esfuerzos a partir de ese momento se avocarían a la búsqueda de Ana y su hijo Damián, tarea para nada sencilla.
Por su parte, Ana estaba inmersa en un mundo completamente oscuro y rutinario. Su rol de madre no la exceptuaba de fregar el piso con unos cepillos de acero, ni de complacer a las autoridades con distintos favores sexuales. Humillación pura. Sólo su hijo lograba envolverla en una burbuja que la aislaba de ese tiempo y ese lugar tan espantoso y lleno de desazón. Pero los golpes no tardarían en llegar. Tras cinco días de encierro, un martes por la mañana los militares entraron abruptamente a la habitación y tomaron del brazo a Estela, la otra escritora del grupo y se la llevaron entre gritos y forcejeos. Fue un momento muy triste para Ana ya que perdía la compañía de su compañera más cercana en aquel lugar.
Pero lo peor estaría por venir. La tarde de ese mismo día, una nueva irrupción de los uniformados cambiaría definitivamente la situación de la joven allí. Estaba sentada contra la pared amamantando a Damián cuando de pronto (teniendo los ojos tapados) percibe que uno de aquellos que había ingresado se dirigía hacia ella. Empezó a ponerse un tanto nerviosa, Y hacía bien. El militar le arranca de sus brazos al niño y se lo lleva, más allá del llanto de él y de los gritos desconsolados de su madre. Cuando se cerró la puerta, muchas de las mujeres se acercaron a ella para tratar de calmar lo que era imposible de calmar. Ana, sabía que había perdido a su hijo, y que lo había perdido para siempre. Tenía en claro cuál sería el destino de Damián y cuál el de ella misma. Estaba segura que nunca más lo podría volver a ver y que su muerte estaba sentenciada, puesto que no dejarían con vida a alguien que pudiera denunciar semejante delito. En medio de tanta confusión, sacó de su bolsillo una pequeña agenda que llevaba siempre con ella para hacer anotaciones sobre diversas situaciones que pudieran colaborar a la hora de escribir. Dentro de ella, tenía la foto de su hijo. Automáticamente su vocación de escritora usurpó su espíritu: decidió pegar esa foto en la tapa de la agenda, la cuál a partir de ese acto se transformaría en un libro titulado “Damián”.
Por su parte, toda la familia seguía en la búsqueda de Ana aunque ya hubieran pasado quince días desde su desaparición. Los cuatro abuelos y el padre de Damián recorrían casi a diario las comisarías esperando encontrar alguna pista que les permitiera dar con los paraderos de la escriora y su hijo. Era emocionante ver llegar a la casa cada jueves a las abuelas del niño con ese pañuelo tan blanco como el algodón que brillaba en sus cabezas; de todas maneras, no eran ingenuas y presumían el peor final.
A partir del momento en que convirtió su agenda en libro, Ana decidió empezar a escribir allí todo aquello que quería contarle en algún momento de su vida: quienes eran sus padres, a qué se dedicaban, cuánto lo querían, cómo fueron sus días de vida junto a la familia, cómo sucedió el robo, cómo tenían pensado educarlo, qué valores debía enarbolar siempre, etcétera. Ella estaba convencida de que en algún momento, su hijo accedería a él. Incluso, puesto que ella estaba segura de que su vida en cualquier momento llegaría a su fin, les comentó su idea a las doce compañeras que tenía. Les hizo saber qué era lo que estaba escribiendo y les reveló que lo dejaría siempre escondido debajo de su colchón de manera que si alguna lograba salir con vida de allí, lo llevara y lo guardara. Muchas realmente se comprometieron a llevar adelante dicha acción, aunque otras lo tomaron más como un divague lógico del tiempo que llevaba de encierro. Lo cierto es que Ana escribió entre apuros por el miedo a un final inexorable y miedo a ser descubierta en algún momento.
Damián, ya no era Damián Raoma. Se llamaba Felipe Santibáñez ahora, y era el hijo de una familia terrateniente entrerriana. Su padre era hermano de un represor de aquella provincia. En el seno de esa familia se crió de manera tal que nunca le faltó nada material. Mientras tanto, su madre agonizaba en ese cuarto en el que él, aunque no lo recordara, vivió en sus primeros días de vida.
Luego de un año y medio de la desaparición, las fuerzas del resto de la familia y de Alessandro ya no eran las mismas. Los dos abuelos del niño estaban mal de salud, uno deprimido y el otro con un diagnóstico de cáncer. De aquellos primeros días posteriores a la detención sólo conservaban su rutina las dos abuelas que jueves tras jueves asistían con sus pañuelos blancos a la plaza, y que casi todos los días visitaban las distintas comisarías. Pero ya era en vano.
El seis de junio de 1977 un grupo de uniformados entró en la habitación, tomó a Ana María y se la llevó de allí. La llevaban (ella lo suponía) al lugar de tortura, previo paso por la improvisada cocina de los militares en la cual por supuesto no faltaba nunca la botella de ginebra y algo para comer. Poco a poco la desnudaron, abusaron de ella, la denigraron hasta que la picana eléctrica completó el homicidio, que logró callar los inolvidables gritos de una mujer que hasta el final le ordenó a su lapicera qué escribir y a su boca qué decir, haciendo realmente de ello un lema de trabajo, tal como ella misma lo afirmaba. El mar fue su morada final.
Damián pasó una infancia muy feliz, rodeado de perros que lamían sus manos cada vez que los alimentaba, de caballos con los que practicaba equitación, con un grupo reducido de amigos de familias afines a “su familia” y con todos los gustos que un niño quisiera ver cumplidos. Nada de eso sirvió para aplacar su pensamiento. El 24 de diciembre de 1987 fue el día en que cambió su vida, al escuchar a su madre adoptiva en una conversación que le llamó mucho la atención. “Olvidate, mientras siga este como presidente no corremos ningún riesgo, saben que nosotros tenemos más poder y podemos volver cuando queramos. Además, los padres de Felipe deben estar quien sabe uno dónde, ya pasaron cuatro años de que terminó todo y no hay nadie que lo reclame”
A punto de cumplir trece años, algo hizo ruido en la cabeza de Damián. En cuanto la madre cortó, ingresó al dormitorio de ella y le preguntó por qué había dicho aquello; y entonces la mujer le dijo que en la cena le explicaría junto con el padre. Al momento de cenar, ambos le contaron que él había sido adoptado, eso fue todo lo que le dijeron. Totalmente confundido y descontrolado, Damián se levantó de la mesa y corrió hacia su habitación en donde se encerró por casi veinticuatro horas, pero luego en charlas más tranquilas con sus padres pudo ser convencido por éstos de que todo lo habían hecho con amor y por su bien. Tenían todo el argumento planificado.
Ya para esa época, la familia biológica de Damián había quedado constituida sólo por sus dos abuelas y Alessandro, que lo seguían buscando dando ya por sentado que Ana María no estaba más en este mundo. La sorpresa fue aquel día que alguien tocó el timbre. Alessandro abrió la puerta y se encontró con una mujer que se llamaba Clara y que decía haber compartido prisión con Ana María. El viudo no quiso creerle y la echó aunque de todos modos la señora le dejó una dirección para ubicarla. A la hora de la cena, cuando conversaba con su madre y su suegra comprendió que la mujer tal vez estuviera diciendo la verdad ya que sabía su nombre, sabía que era el viudo de Ana María y sabía también la dirección donde ubicarlo.
A primera hora de la mañana del día siguiente se dirigió a aquella dirección que le dio Clara. Ella lo recibió amablemente y en un encuentro que duró cerca de tres horas le confirmó la muerte de Ana María y la entrega de su hijo, a la vez que le contó la historia del libro “Damián” y por supuesto se lo entregó en mano.
De todas maneras, si bien en un principio este hecho reanimó los ánimos de la familia para la búsqueda, con el pasar del tiempo se dieron cuenta de lo difícil que sería lograr el objetivo. De todas maneras, siguieron caminando, siguieron recorriendo comisarías, asistiendo con los pañuelos blancos a la plaza, siguieron averiguando, y el tiempo les daría su premio.
Sucede que el tiempo también pasó para Damián que ya tenía dieciocho años, y en una sociedad que empezaba a buscar sanar sus heridas, no le cerraban muchos datos con aquellos argumentos que sus padres le habían presentado. Tomó entonces la durísima decisión de sentarlos frente a él y preguntarles -¿ustedes me compraron a los militares?- El balbuceo de la madre y las falsas escapatorias del padre fueron las respuestas más sinceras de parte de ellos, por lo que Damián confirmó la sospecha que tenía desde hace un tiempo atrás. No le fue fácil, fue tal vez el momento más difícil de su vida. Comenzó a insultarlos, se levantó y se fue a directo a la comisaría a denunciarlos.
Llegó a Buenos Aires con los pocos datos que tenía de su familia: su madre se llamaba Ana, era escritora, vivía en Balvanera, y su padre se llamaba Alessandro y era abogado. No sabía bien cómo empezar a buscarlos porque en su interior creía que sería muy complicado llegar a encontrarlos y tampoco sabía cómo sería aquel momento. Con algo de dinero que le había sacado a sus impostores padres, pudo pagar alojamiento en una pensión bastante humilde pero que por lo menos no lo haría vivir en la calle. Luego de dejar su bolso allí, salió por las calles de la ciudad para intentar conseguir algún empleo y consiguió un trabajo de mozo en un café de la calle Pueyrredón. Allí trabajaba por la mañana o por la noche, y en el tiempo restante del día se avocaba a la tan ansiada búsqueda de su familia.
Luego ya de dos años en la ciudad capital buscando a su familia no con el mismo entusiasmo de aquellos comienzos, un cliente del bar cambiaría la vida de Damián; quien todavía se hacía llamar Felipe puesto que no sabía cuál era su nombre verdadero. Una noche fría de diciembre un hombre se sentó en la mesa diez, y en medio de un llanto desconsolado le pidió a Damián que le trajera un cortado. Desde el momento en que lo vio el joven mozo sintió algo especial en la mirada del cliente que los conectaba profundamente, por lo que al acercarle el pedido no tuvo temor en preguntarle –Señor, ¿lo puedo ayudar en algo?-. –No pibe. Ojala pudieras, pero ya nada tiene sentido. Hoy hace veinte años que ví por última vez a mi mujer y a mi hijo. Se los llevaron los milicos justo antes que yo llegara de trabajar. Los busqué todo este tiempo y me enteré que a mi señora la mataron, pero de mi hijo no sé nada-. En ese momento, Damián entendió por qué sintió esa conexión tan grande con el cliente, los dos eran caras de la misma moneda. De todas maneras, no quiso seguir preguntando ni tampoco abrirse a contar su historia tan similar a la del señor, por lo que se retiró con un “lo siento mucho”. No sabía que quien estaba allí era su mismísimo padre.
Minutos después de que Alessandro se retirara, Damián fue a limpiar la mesa y allí observó que el cliente –su padre- había olvidado un especie de agenda convertida en libro con la foto de un niño en la tapa. La tomó y se la guardó en el bolsillo ya que tal vez algún día venidero Alessandro volvería al bar. Al llegar a la pensión luego de un día agotador, Damián no podía dormirse pensando en aquel señor que sufría tanto la ausencia de sus seres queridos. Pensaba que sus padres tal vez estaban en esa situación y eso lo ponía muy mal, aunque por momentos también se le cruzaba por la cabeza que tal vez a sus padres ni les interesaba encontrarlo. El insomnio le ganó la pulseada a una jornada ardua, y entonces decidió leer la agenda que el cliente había olvidado. A partir de ese momento nada volvería a ser igual.
Luego de poco más de dos horas de lectura, interrumpidas por llantos y ataques de impotencia, Damián supo que había estado frente a su padre. Las “coincidencias” eran muchas: el escrito estaba firmado por Ana María Solcesti de Raoma (él no sabía el apellido, sólo el nombre), que decía que era escritora. Comentaba también que ella y su hijo habían sido secuestrado cuando este último tenía un mes (Damián sacó cuentas: hacía un mes él había cumplido años y hoy el cliente dijo que se cumplía el aniversario de la desaparición), y finalmente al ver la dirección que citaba quien había escrito, efectivamente se trataba de una dirección del barrio Balvanera. Lo único que lo intrigaba era que el niño se llamaba Damián, pero para ese tiempo ya la sociedad tenía en claro el robo de la identidad que se llevó acabo en aquel proceso.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana fue a hablar con las abuelas de los pañuelos, a quienes les llevó lo encontrado. Una de ellas, al leer el libro instantáneamente dijo –Esta es la historia de la familia de Margarita e Inés, ¿se acuerdan?- Todas concordaron.
Margarita e Inés eran las madres de Alessandro y Ana respectivamente. La primera había fallecido meses atrás y la segunda ya no asistía a las marchas por un acelerado Mal de Alzheimer.
Sin perder la calma, y tomando todo con mucho cuidado para no herir al joven empezaron una investigación minuciosa que les llevó cerca de dos meses en los cuales Damián ya se hacía llamar Damián. Estaba convencido que había dado con su familia, y en marzo de 1995 las abuelas le confirmaron que había muchas chances que así fuera.
Al salir de la reunión en que ellas le comunicaron lo dicho, se dirigió directamente a la dirección que le dieron (la misma que estaba en la agenda). Por supuesto, Alessandro ya había sido contactado por las señoras y estaba enterado de que iba a llegar quien probablemente era su hijo. Lo recibió con los brazos abiertos.
Al abrirle la puerta, no lo podía creer. -¿Vos sos el mozo?- le preguntó asombrado Alessandro. –No, soy tu hijo- respondió Damián, y ambos se estrecharon en un abrazo interminable surcado por llantos de emoción que contagiaban a cualquiera.
Tiempo después el ADN confirmó la buena noticia, y Damián Raoma supo que no era Felipe, supo que tuvo una madre que lo quiso siempre y que hasta el último momento le dio su amor, supo que tuvo cuatro abuelos que dejaron la vida también por él y que tiene un padre del que todavía puede disfrutar. Supo que hay gente de todo tipo, incluso tan miserable como para comprar criaturas. También supo que cuando alguien escribe nunca muere del todo, de hecho fue su madre la que aquella noche le susurró al oído todos los datos que le permitieron encontrar a su padre.

12 de junio de 2010

El cronista cultural: La mirada del deseo

Salí de mi casa escuchando música, en dirección a la estación de Palomar. Llegué en el momento justo en el que el tren paraba. Subí y cuatro minutos después bajé en Caseros. Crucé por el puente al otro lado y me dirigí a la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En ese momento pensé que lindo sería que la facultad de Ciencias Sociales estuviese ubicada en ese lugar, tan cerca de mi casa. Se trata de un edificio moderno y bastante nuevo; un cartel indica orgullosamente la finalización del proyecto de renovación y el monto de la inversión, destacando en mayúscula el nombre de Cristina Fernández de Kirchner.

La muestra se exhibe en el museo dentro de la universidad, cuya existencia desconocía hasta hoy. Se trata de una exhibición llamada “La mirada del deseo”, que consta de 62 grabados de Pablo Picasso. Entré al hall y pude comprobar que la modernidad del exterior se correspondía con la del interior: salones nuevos, decorados con propagandas de sponsors y televisores LCD colgando de las paredes. En ciertos momentos pensaba que me encontraba en una universidad privada, habría que pedirle al señor Curto (intendente de 3 de Febrero) consejos sobre cómo conseguir tantos fondos del Gobierno para las demás universidades nacionales.

Entré al salón principal donde leí un texto escrito para la ocasión por el Alcalde de Málaga, lugar de donde proviene la Fundación Pablo Ruiz Picasso. Me pareció escuchar voces de maestras a lo lejos, me saqué los auriculares para confirmarlo. En seguida pude ver que era acompañado por un grupo de chicos de no más de cinco años, con sus maestras jardineras y alguna que otra madre. Escuchaban alguna grabación en un minicomponente, pero al escuchar que una maestra preguntaba si alguien sabía para que servía una llave a los chicos, decidí que era el momento justo para volver a ponerme los auriculares.

Seguí el orden impuesto por la curadora de la exposición: dividida en ocho partes que muestran la evolución del artista a lo largo del tiempo. Antes que nada, voy a aclarar que no soy ningún conocedor de la historia del arte en general, así que es probable que alguien se ofenda con lo que lea. Por lo que aprendí, Picasso pasó por diferentes modos expresivos. La mayoría de las obras comprendidas entre la primer y tercer parte no me gustaron. Se trataba de ilustraciones simples, no muy complejas o elaboradas. Personas en poses simples con nombres obvios como si dijera: “Persona de espalda” o “Artista y modelo”. Supongo que esa simpleza era la intención de Picasso, pero sumado a que las tonalidades predominantes eran las monocromáticas, no logró llamarme la atención en lo más mínimo.

Una serie de grabados sí lograron interesarme un poco más. Se trata de la serie de 16 grabados llamado “Dos mujeres desnudas”, en la primera se distingue claramente una mujer y la otra aparece como una mancha negra. En el segundo, ésta aparece mejor definida; a medida que pasan algunos grabados, los cuerpos de las mujeres van variando (especialmente sus caras) así como el fondo de la habitación en la que se encuentran. Me llamó la atención que en el último grabado de la serie el cuerpo de la segunda mujer pasó de estar representado de una forma realista a estar conformado por formas más geométricas y con rasgos menos humanos.

En cierto momento, saqué el celular para escribir el nombre de la obra que estaba viendo y me pareció escuchar que me hablaban. Miré para el costado y un guardia de seguridad me decía que “estaba prohibido manipular el celular” en ese lugar. Sentí que había sido descubierto. Saqué mi revolver y le disparé en la cabeza antes de que pudiera reaccionar. Descolgué la obra valuada en 5 millones de dólares que tenía adelante de mí y activé la alarma de incendios. Escapé por una escalera que me llevaba al techo, donde me esperaba el helicóptero mediante el cuál concluí la huída. Creo que no hace falta aclarar que es probable que lo escrito anteriormente no se corresponda con los hechos que en realidad sucedieron. Lo que aparentemente hice fue: guardar mi celular y continuar viendo los demás grabados, intentando recordar el nombre específico de la obra que me interesaba.

Las últimas obras eran representaciones de los amores de Picasso y para mi “sorpresa”, el último grabado llamado “Figura con blusa de rayas” tenía más tonalidades que el blanco y negro.

Bajé las escaleras para entrar a un pequeño auditorio, donde un único espectador (un hombre adulto) veía un documental sobre la vida de Picasso y sus obras. Como ya estaba empezado, no tardó mucho en terminar. Me levanté y subí las escaleras. En el camino a la salida, mientras observaba los primeros dibujos de Picasso de la exposición, pude ver un grupo de chicos de mi edad que realizaba la misma rutina que las pocas personas presentes (yo incluido) realizaron: ver el cartelito pegado al costado del cuadro y luego mirar de cerca el cuadro en cuestión con cara pensante.


Sacha Landesmann

3 de junio de 2010

NO TAN DISTINTOS

De haber sabido como se produjeron los hechos, seguramente hubiese desistido en su totalidad de haber hecho lo que hizo. Casi con seguridad se arrepentirá por los siglos de los siglos. Sin embargo, no podrá negar que, por un tiempo, disfrutó bastante bien de su poder. Algunos pocos todavía deben creerle, supongo. ¿Y por qué no? Siempre hay alguien que es fanático de los cuentos fantásticos y, al escuchar este relato, casi con seguridad, se sentirá fascinado. Por supuesto, todas estas son deducciones. Mi misión solamente es contarles como sucedieron los hechos.
Cuenta la leyenda que, antes que existiera el mundo, el Diablo era amo y señor del Universo. Nadie nunca supo bien como sucedió (o tal vez no quiso explicarlo). Su espíritu maligno sobrevolaba las constelaciones para controlar que todo su imperio estuviese en orden. Disciplinaba duramente a todo aquel lacayo (poseía varios) que no actuaba de acuerdo a sus intenciones. Hay quienes dicen que llegó a torturar hasta la muerte a su compañero más fiel, Demian, tan solo por levantar la mirada y atreverse a verlo a los ojos. Nadie sabía como era. Nadie podía saber como era. Solo se conocía que tenía una voz muy grave y, contrario al imaginario popular, era sumamente tranquilo. Tomaba sus decisiones luego de meditarlas por largo tiempo. Después de todo, él era el dueño de los tiempos.
Un día decidió crear un lugar propicio para extender su maldad y, así, eternizar su imperio: se produjo, de esta manera, la creación del mundo. Algunos dicen que dicho acontecimiento fue realizado con motivo de diversión, para regocijarse ante el sufrimiento humano eterno. En fin, sea por la razón que sea, la Tierra había nacido. En seis días fue capaz de crear océanos, continentes, flora, fauna, y lo más importante: el ser humano. Según su mandato, dicha especie estaba destinada a recrear la maldad en el mundo por los siglos de los siglos. Para el séptimo día decidió descansar.
Viendo todo esto, uno de los secuaces del diablo, Govin, entendió que era el momento adecuado para llevar adelante su plan (el que había estado imaginando durante milenios). El intento consistía, básicamente, en disputarle el poder a Satanás bajo la consigna totalmente opuesta a la expresada por él. Govin era la expresión del amor, la tolerancia y la paz (o al menos eso intentaba demostrar). Muchos de sus compañeros (todos lacayos del diablo también) estaban de su lado. Todo estaba pensado para que al séptimo día de la creación, el día del descanso, se produzca la rebelión.
No hace falta entrar en detalles para contar lo sangrienta y cruel que fue la batalla. Ambas fuerzas se enfrentaron por todo el Universo (incluyendo el nuevo mundo, la Tierra) en una lucha que prometía llegar hasta las últimas consecuencias. Las tropas del Diablo eran mayores en cantidad que las de Govin, pero las de este último, increíblemente, eran las más sangrientas. Sus ansias de poder los llevaban a realizar los actos más atroces conocidos hasta el momento. Torturas, masacres, fusilamientos, emboscadas, todo era válido en esta guerra que definiría la dirección del Universo.
La guerra duró, exactamente, mil millones de años. Luego de una sangrienta lucha, las tropas comandadas por Govin ingresaron al Pandemónium, capital del Infierno y el diablo fue tomado como prisionero junto a varios de sus secuaces (otros tantos fueron fusilados sin juicio previo). La era de maldad de Satanás había terminado. Govin, líder de la revolución y nuevo gobernante del Cosmos, se autoproclamó “Dios del Universo”.
Pero no todo era gloria para Govin. Había que reconstruir todo. Más que nada, la historia. Un Dios benévolo, pacífico, amoroso y misericordioso (como él mismo se describió) no podía ganar su lugar de gobernante supremo en una guerra sumamente sangrienta, llena de fusilamientos y torturas. Fue así como llegó a un arreglo con el Diablo: a cambio de su liberación, él jamás contaría la verdadera historia universal. Satanás, sin más remedio y totalmente vencido, accedió a dicho pedido. El Pandemónium, que se encontraba sitiado y con un gobierno provisorio impuesto por Govin (llamado, a partir de la revolución, Dios), sería liberado y el Diablo podía volver a gobernar, pero solo en el Infierno.
A su vez, se realizaron una serie de escritos donde se indicaba que el verdadero creador de la Tierra era Dios y que, paradójicamente, lo había hecho en seis días y descansado en el séptimo. En estos escritos, por razones obvias, jamás se mencionó al Diablo ni a la guerra que llevó a Dios al poder. Estos libros fueron realizados, más que nada, para la nueva especie que había creado Satanás y que era necesario persuadir: el ser humano. Una vez finalizado todo este proceso, ahora sí, se podía decir que la Revolución había triunfado.
No era un dato menor, sin embargo, el hecho de que el mundo fue creado bajo la influencia del Diablo y, por ende, sus habitantes estaban empapados de la misma ideología. De esta manera, el siguiente paso en el plan de Dios era hacerles saber a los seres humanos que gracias a él existe el amor, la paz y la misericordia en el Universo y que, de haber sido el Diablo el gobernante, vivirían en un mundo lleno de maldad, egoísmo e intereses espurios. Fue así que mandó a uno de sus hijos (los demás eran, en su mayoría, parte de algún ministerio) a expandir su voluntad por entre los mortales. Sin duda, este razonamiento político le salió mejor de lo que pensaba.
Un día, cansado de tanta burocracia estatal y de tanto aislamiento, decidió darse una vuelta él mismo por el Universo para intercambiar opiniones con la gente. Se percató que entre tanto papelerío y reuniones políticas no tenía tiempo para observar como marchaba todo. Y resolvió comenzar por la Tierra. La última vez que había pisado dicho lugar había sido durante la batalla de Presan, en plena guerra con el Diablo. Ahora retornaba como uno más (si bien, es sabido, no lo era). Él se sentía el héroe de la humanidad, el salvador, el que trajo paz al mundo. Supuso que, al regresar, la humanidad entera le agradecería sus acciones pasadas. Pero al regresar se encontró con un panorama un tanto frustrante: eran pocos los que creían ciegamente en su doctrina, la desigualdad y el hambre hacían estragos en todas las regiones del planeta, el egoísmo y los intereses personales llevaron a la población a varias guerras de carácter mundial que arrasaron con la paz existente hasta entonces. Decidió, entonces, acercarse a la gente y preguntarles su opinión sobre Dios. La mayoría le respondió que, para ellos, no existía; otros tantos hasta llegaron a insultarlo. Solo una pequeña minoría todavía era seguidora de su ideología. Algo, evidentemente, andaba mal. Se replanteó su proyecto y llego a la conclusión que esto no podía ser obra de otra persona más que del Diablo. Decidió ir a visitarlo.
En el Pandemónium lo recibieron increíblemente bien. Esto, sin duda, no era una buena señal. El Diablo, muy cortés, le ofreció algo de tomar. Dios aceptó. Se sentaron al mismo tiempo y se miraron fijamente a los ojos (fue el único ser que conoció a Satanás), hasta que el Diablo dijo:
- Govin, Govin…hace tiempo que no nos encontramos. La última vez, recuerdo, tu me dejaste libre a cambio de la reconstrucción de la historia. Era un buen plan. Pero no tuviste en cuenta dos cosas, mi amigo: que el mundo fue creado bajo mi influencia y que al Diablo jamás se lo deja libre.-
La tranquilidad y la seguridad en la voz de Satanás hicieron estremecer a Dios.
- Yo gane legítimamente – respondió Govin.
- No tengo duda, mi querido amigo. Pero, respondeme una pregunta ¿Quién decide lo que es legítimo o no? ¿Acaso no somos vos y yo los seres más poderosos del Universo?
- Yo decido lo que es legítimo o no. Yo soy el dueño del Universo – respondió Dios, señalándose el pecho con el dedo índice ante cada palabra.
- Te equivocas, Govin – retrucó el Diablo, con mucha tranquilidad.
Y encendió una televisión que había en su despacho. La pantalla solo mostraba violencia entre los humanos, hambre, desigualdad, egoísmo. Todos los males posibles se encontraban presentes en el mundo.
- A partir de este momento, yo vuelvo a gobernar. Pero ahora va a ser más divertido. Vos vas a dar la cara ante todos los mortales, haciéndote cargo de mis decisiones. Yo voy a gobernar entre las sombras, pero vos, en castigo por el levantamiento que encabezaste hace añares, vas a ser parte de la maldad, quieras o no. Tu imagen se irá desgastando con el tiempo, hasta que todo el mundo te recuerde como el ser que destruyó la humanidad y te desprecie por los siglos de los siglos. Ese será tu castigo- dijo Satanás, con una serenidad que asusto al mismísimo Dios.
En ese instante, uno de los hijos de Govin lo llamó muy alterado para informarle que el Cielo había sido tomado por las fuerzas del Infierno.




Javier Massa

18 de mayo de 2010

Un amor odioso

Era una tarde fría como lo son esas tardes del mes de junio, ahí estaba Brenda, sentada en la mesa de la cocina, como lo acostumbraba a hacer. Su rostro de tez blanca estaba cubierto de lágrimas, sus ojos verdes hinchados de tanto llorar, mantenían una mirada perdida tratando de buscar una explicación a toda esa situación que le quitaba el suspiro al alma.
Ella estaba decidida a abandonar ese infierno que le tocaba vivir día tras día. Se paró sigilosamente dirigiéndose hacia la lacena, abrió el cajón y sacó un cuchillo de mango plateado, muy filoso, el cual sin duda podía cortar todo lo que se atraviese en su camino, lo sujetó entre sus manos y lo deslizo con la punta sobre su pecho, deteniéndose a la altura del corazón. Mientras lloraba mantenía su cabeza a gachas, cuando se decidió a realizar este acto, alzo la vista hacia un mueble que tenía enfrente y ahí vio, un portarretrato con la foto de su hija, su nombre era Celeste, una nena de tan solo cinco años, su cabello enrulado era de color rubio, con ojos enormes y una sonrisa angelical que podía conmover a cualquier persona. En ese momento recapacito, no podía dejar sola a su hija en manos de ese hombre malvado, terco, insensible, hiriente, absorbente, el cual era el padre, su nombre era Joaquín
En ese instante escuchó las llaves de la puerta, evidentemente era su marido, quien llegaba del trabajo todos los días a la misma hora. Ella guardó el cuchillo y decidió que era el momento de enfrentarlo. Pero tenia miedo, su violencia verbal y sus actos de locura la paralizaban, la bloqueaban por completo y él utilizaba eso para retenerla, se alimentaba de su sufrimiento, se sentía superior, fuerte, inteligente, como si fuese una guerra en la que poseía todas las armas y los mejores ejércitos para destruir al enemigo sin piedad y ese enemigo sin dudar era Brenda.
Cuando Joaquín la ve inmóvil en un rincón de la cocina, le pregunta:
-¿que haces ahí?
Él examinó todo su alrededor, noto que no había indicios de que estaba cocinando y le exclamo:
-¡siempre lo mismo, la comida sin hacer, la casa sucia!
Cualquier hecho por más insignificante que fuera, o algo simplemente que le molestara era producto suficiente para desatar su ira. En esos momentos se convertía en la persona más detestable y odiosa que podía existir para ella. Él la hacia cargo de todas sus frustraciones, sus desgracias y de su infortuna vida
Tomando fuerzas para responder a esa pregunta ella balbuceo
-¡Te odio!
Y elevando su voz lo volvió a repetir una y otra vez. Eso fue el detonante para que Joaquín se ponga violento, como un loco desequilibrado, fue hacia ella velozmente, la tomó de los hombros y la comenzó a sacudir fuerte, gritando y maldiciéndola hasta que elevo su brazo con el fin de efectuar un golpe. Con esa circunstancia, el perro negro que dormía debajo de la mesa comenzó a ladrar insaciablemente, asustado corrió sin observar que en un extremo de la cocina había un espejo roto, con el cual impactó. Al ver lo sucedido su marido quedo atónito, ya que, sentía un aprecio especial por el canino. Luego de observar eso, se olvido temporalmente de la discusión que estaban teniendo.
Al llegar la noche, Joaquín no podía conciliar el sueño, entonces se levanto, se dirigió hasta el living, donde se encontraba un mueble lleno de licores, entre los cuales se encontraba una botella de Ginebra, agarro una copa, encendió la televisión y se recostó sobre el sofá, como lo hacia habitualmente todas las noches.
Brenda al oír los gritos desaforados de su marido, despertó aturdida tras la noticia de que Martín Palermo había superado los doscientos goles. Luego trato de dormirse pero no pudo, en ese instante se pregunto:
-¿Que puedo hacer en esta noche de insomnio?
Hablar con él seria inútil, así que decidió buscar su diario íntimo, aquel libro azul de tapa dura, aquel diario que siempre la escucho en sus peores momentos, en el cual ella escribía con letras grandes en el centro de la tapa. Debajo del titulo siempre escribía un resumen de lo que trataba cada día de su desgraciada vida.
Ese diario íntimo era su refugio, porque ella no tenia con quien desahogarse, no encontraba la persona adecuada en quien depositar su confianza, con sus padres no podía porque eran mayores y cualquier disgusto podía terminar en tragedia. Era única hija así que tampoco contaba con hermanos para recurrir a ellos. Y a sus amigas las fue perdiendo de a poco, ya que, no la dejaba tener vida social.
El tiempo fue trascurriendo, hasta que un día haciendo las compras cotidianas, Brenda cruzo miradas con una persona que se encontraba a su alrededor, él la saludo y le regalo una sonrisa, sintió un respeto en aquel saludo cariñoso que su marido no había logrado hacerle sentir en esos últimos años.
Luego, se dio cuenta que cada día necesitaba ese saludo fortalecedor, ese gesto, haciéndola sentir una mujer verdadera. Después empezaron algunas charlas, donde descubrió que el trato hacia una mujer era totalmente diferente al que ella había percibido durante su matrimonio. Ese fue el detonante, el estimulo, que necesitaba para empezar a valorase a si misma. A partir de eso, comenzó a replantarse su vida y pensó que quería para ella y sobre todo para su hija.
Tomo coraje y pensó en una solución verdadera e inmediata, no podía conformarse con sobrevivir, ella “quería vivir”. Junto su ropa, sus fotos, el dinero que tenia guardado en el retrato que salvo su vida un par de años atrás, llorando por una mezcla de emociones, agarro lápiz, papel y escribió las siguientes líneas:
-¡Jamás vamos a volver, déjanos ser feliz de una vez por todas!
Finalmente sujeto fuertemente a su hija y cruzó el umbral de la puerta, sabiendo que jamás volvería a entrar a esa casa.
Se dirigió hacia la casa de sus padres, donde tuvo la oportunidad de crecer como persona y crecer profesionalmente, ayudo a su hija y la vio contenta en su nuevo hogar, el cual nunca tuvo. Jamás pensó que aquella mirada seria la llave de su felicidad.
Joaquín cuando ingreso a la casa puedo observar la carta sobre la mesa, no podía entender lo que estaba pasando, la llamó, le pedió disculpas, prometió que iba a cambiar, pero ante la negativa de Brenda cortó la comunicación. Fue hasta el mueble, agarró una de sus botellas de alcohol y la bebió rápidamente, sin pensar lo que estaba haciendo, tomó el cuchillo de mango plateado que se encontraba en uno de los cajones de la cocina, y se lo clavo en el pecho, mientras sufría agonizando, gritaba:
- ¡Te amo Brenda!
Estos gritos pasaron a ser susurros y luego silencio.


Romina Blasi