29 de septiembre de 2010

MIRADO POR ELLA

Cada paso era irreverente, dentro de la ausencia de masa humana. Estaba totalmente sólo, su única compañía era su barco, lleno de antigüedades y saberes escritos en las paredes.

El Capitán observaba la lejanía del mar y el cielo cuando se funden, convirtiéndose en aquello que muchos han temido, llamado el “Fin”. Sin embargo, él era un templario de pura sepa y estaba, sin ningún rastro de miedo, con sus ojos alineados directamente a esa “oscuridad”, la cual se podía ver desde Estribor. Amenazante, pero congelada en su sustancia, era esa “cosa” dentro del minuto cero de los tiempos longevos.

El viento no cesaba, más bien arreciaba, y se mantenía tercamente constante, como el Capitán. En la oscuridad se dejaron ver dos luciérnagas, lejanas e inmóviles, que se acercaban lentamente a través de la bruma. Eran los faros del tiempo, que de tanto en tanto comunican al navegante que su vida está por tocar tierra.

Pero eso era “Imposible”, ya que el Capitán ya conocía ese tipo de “luces”, por lo tanto él llegó rápido a una conclusión, estaba frente a un Fenómeno sin precedente, dentro de su vida.

Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

El Capitán, que estaba posicionado delante de timón, como aquel libertador, se desplomó en el suelo.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

- ¡SANTAS NINFAS! -gritó consternado el Capitán, consecuencia por mi rostro completamente incrédulo.

Mientras miraba su jarra de cerveza en la barra, noté que su rostro se había turbado. No eran los gestos de aquel que cuenta anécdotas o simplemente está borracho, sino la de una persona que experimentó un suceso inexplicable, para él.

- ¿Y qué pasó después? -indagué, curioso y exaltado por la emoción de escuchar algo que no creería, quizás nunca en mi vida.

Claramente, el Capitán no era una persona de fe, su lugar, desde el que tuvo uso de razón, había sido el mar. Sus vivencias habían sido la totalidad del crudo riesgo que regala esa intolerante pero bella injusticia que regala el mar abierto. Era puro hombre, pura cicatriz, era dy hierro marcado para guerra. Pero ahora, no era más que un ciudadano cobarde, tomando una cerveza con un desconocido, aún buscando sus propias respuestas.

Hice una mueca para hablar, pero la desarmé. Luego, él levantó su vista y dijo (pondré en negrita lo que él dijo):

“Mirá, aunque tú me encuentres así, no entenderías… (balbuceos)… ¡nada!”
“No es que tú no sepas, sino que no encuentro la manera para ponerlo a tu forma, ya que mi forma es diferente, en el fondo, a tu manera de pensar, de hablar y todo eso.”
“Yo estaba esa noche navegando, mientras miraba esa ‘oscuridad’ al estribor. Mientras más fijaba mis ojos en esa cosa con luz, más se aparecían en mi cabeza unos ‘ojos’. Éstos eran tan profundos como los Abismos Oceánicos del Pacífico, tan misteriosos como el enorme Triángulo de las Bermudas, que me produjeron terror y a la vez placer al observarlos. El placer que me producía era porque esos ojos eran de Mujer, y tenían forma como de enamorada.”

Tragó saliva y avanzó con su relato.

“¡Entonces! Yo estaba tan perdido en esos ojos que de pronto… ¡se mezclaron!”
- ¿Cómo qué se mezclaron? - pregunté desencajado, ciertamente perdido en el relato.

“Sí, se mezclaron o se volvieron uno, mis ojos y los de Ella. Fue menos de un segundo, todo fue así. Cómo si se hubieran metido dentro de los míos. ¿Entendéis?”
- ¿Qué cosa se te metió? -era imposible pasar por alto la oración con sujeto tácito.

“Cómo querés que te lo diga, sino me entiendes y encima te ríes de mí.”
“Lo único que quiero agregar es que desde ese momento, siento temor y respeto hacia ese mar extraño que conocí esa vez. Fue un cruce de dimensiones, yo humano y esas luces, del mar, compartimos un vínculo. Quiero pensar que el mar me dio el gusto de ser… Mirado por ELLA.”

Andrés Benitez

15 de septiembre de 2010

EL ROBIN HOOD DE LA POLÍTICA presenta: CÚSPIDE

- ¡Cúspide!

- ¿Cómo?

- Sí, ya lo escuchaste, esa es mi teoría.

- ¿Pero cómo llegás a esa hipótesis? ¿No te basta con poner a todos en tu contra?

- ¡Pero eso es lo que pienso! Además, si los demás no pueden tratar un tema de “ésa” magnitud, yo no tengo por qué darles tregua. Lo único que quiero es que entiendan que los decibeles de des-información sobre la Amenaza Galáctica ya alcanzaron los límites insospechables, todo está plagado de mentiras, omisiones y tergiversaciones- retomó su defensa como si fuera lo último que la vida le diera.

Todos estaban incómodos, miraban en silencio sus platos o algún compañero de mesa. Claramente algunos no apoyaban la cosmovisión de éste héroe, pero otros que habían llegado más tarde hacían su bandera de ella.

Parecían Unitarios y Federales cuando intercambiaban gestos y miradas. Como un pacto, todos en contra pero sin atacar. Pasó un minuto de silencio de caras agrias. Hasta que Luciano se animó a romperlo.

- ¡Basta de discutir! Para mí, lo que se tendría que hacer es: primero, comer tranquilos; segundo, reírnos mucho; tercero y último, pagar la cuenta y volver todos a nuestras casas calentitas con nuestras familias o sin ellas. No es necesario seguir con este debate que ya está tomando un rumbo poco agradable.

- ¡¡VÉS!! ¡Él lo que hace! Lo que hace es desviar la atención, así nos olvidamos de lo que nos rodea y lo volvemos cotidiano. Quién dice que no es ahora el momento para levantarnos e ir a hacer, ¡lo que sabemos hacer y para lo que fuimos hechos!

- Pero tenemos órdenes- estalló uno, desde el fondo de la mesa.

- ¡Pero si el pueblo no está! ¡¡ ¿A quién vas a defender?!!

Todos estaban muy cansados, aún el Hombre de Acero quería compartir un momento del día con su mujer.

- Bueno muchachos, me retiro para ir con mi jermú. -mientras saludaba uno por uno, le hacía gestos a Flash para que se dirigiera hacia la puerta- Hoy realmente fue una sesión memorable, como las que veníamos teniendo.

Ya estando en la puerta Flash, sacaba de su bolsillo el paquetito con Marihuana y los Lillos para armar. Superman ya estaba despidiéndose con la mano.

- ¿Ya los tenés armados?

- ¡Sabes que soy el más rápido, -le decía en voz baja- Ya armé siete en este ratito!

- Bueno dale entonces, vamos a la terraza del “Empaier” a fumar. Quiero aclarar igualmente que, ¿te digo la verdad? ….

El Hombre del Rayo en el pecho, asentía sin dudar, mientras caminaban por la calle.
- … estar con mi mujer, es tan desgastante como venir a estas sesiones.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

SILENCIO DE MIRADA CALÓRICA, ENCENDIDO Y RESPIRO HONDO. Luego, largamos el humo.

-------------------------------------------------------------------------------------------------


- A mi también me pasa lo mismo… pero con mi gato.

























Andrés Benitez

11 de septiembre de 2010

EL MOVIMIENTO Y LA INMOVILIDAD


Quietud, una palabra paciente que a veces, sólo a veces, parece descartable en uso. Tan primaveral como otoñal, se juega sus fichas sin arriesgar y sin perder ninguna. Inimaginables horas de simplemente sesenta minutos que se encadenan, quizás porque así creen
que será más fiel el tiempo a las agujas, una detrás de la otra. Quieto, inmóvil, silencio, brisa fresca, todas palabras intentan interpretar la acción de nuestra protagonista.

La Quietud abrió los ojos lentamente, miró a su alrededor y apagó el despertador. Se sentó y se frotó la frente con su mano izquierda, para luego quedarse inmóvil durante unos minutos. Miraba la nada, que se presentaba como un objeto flotante e hiperactivo, junto con su magnifica cualidad invisible. La Quietud no le sacaba sus ojos re concentrado, no hipnóticos, de encima.

Parecía que el tiempo era el que la esperaba, esperaba a que tome una decisión de “qué hacer” para seguir corriendo en contra de la irrealidad. Suspendido como el polvo cuando flota suavemente en el aire, congelado en un espacio específico de la ilusión.

Ya con los pies sobre el suelo, se puso de pie. Inclinando su cabeza hacía adelante intentaba pensar o imaginar que su conciencia se solidificaba para poder ver en claro lo que iba a hacer. Recurría a cualquier pensamiento para hacer presente esa conciencia.

Mientras luchaba para que su inconciente no pudiera aplastar a la casi “ausencia de felicidad”, porque sin lugar a dudas un poquito había, se dirigió al baño. Se detuvo ante su reflejo y se limitó a mojarse la cara, sonreír y atarse su largo pelo. Sin expresiones se mantenía, no forzadamente sino como resultado de lo que era: Quietud.

Retomó sus pasos para volver a la habitación, guiada como en transe sin fallar en ningún obstáculo. Se detuvo bruscamente ante el armario, observó las líneas de sus “compuertas” al mundo de la No Desnudez. Casi como interpretando cada mecanismo sus movimientos súbitos terminaron de abrirlas de par en par, dejando ver la frondosa recolección de prendas viejas en el estante superior, prendas nuevas en el segundo estante, prendas usadas cotidianamente en el tercero y por último, en el estante inferior, las chucherías añejas de épocas pasadas. Cada estante con distinto valor y representación porque las prendas que eran viejas, eran realmente viejas, y las nuevas, realmente nuevas -hasta con el aroma característico de algo nuevo-.

Para ser Quietud, su forma de ser era bastante metódica. No trabajaba, era mantenida con amor por sus padres y su edad era de 22 recién cumplidos. No era muy alta en estatura pero sus ojos, que eran tan transparentes como verdes, observaban lugares más altos. Quién pudiera decir que esos ojos eran, o son, de una verdadera soñadora con ideales y deseos que no escatiman en imaginación. Otros podrían alegar a una disposición más simple: “Las palabras son recordadas por su honestidad, pasión y entrega.”

Cualquiera fuera el caso, ella militaba. Pero no de manera ciega, aún cuando ya conocía de memoria el discurso “defensivo/atacante” de la política para blandirla cuando fuera necesario, su razón no discutía con sus convicciones de Fondo. Lo cual la volvía noble, pensante y equilibrada, además de excesivamente atractiva.

Suelo pensar que este tipo de mujeres son escasas, pero debería pensar, y corrigiendo mi hipótesis, que en realidad yo no sé buscar este tipo de mujeres. Sin embargo, remarco, la Quietud me da curiosidad.

¿Quién no dudaría de alguien que, estándolo o no, aparenta una excesiva comodidad? Esto nos lleva a una nueva pregunta: ¿La Quietud es lo que dice ser?

Y suponiendo que conocemos a alguien cuyos síntomas son los de la Quietud, ¿qué debemos hacer? Ellos están muy cómodos en esa realidad, tanto lo están que la sinceridad para ellos mismos no existe, sólo está la verdad del Estandarte de su credo, su pasión y fuerza. Todo se unifica en una cosa, Quietud.

¿Acaso esperamos algo?

Entonces, si no sabemos lo que esperamos… ¡¿Por qué estamos tan jodidamente quietos?!

Pensamos y pensamos en el movimiento y la inmovilidad. Dueños de nuestros cuerpos no nos percatamos que la unidad de un mismo deseo nos conduce a ese fin práctico, claro, observable y asquerosamente real, por mal que pese.


Mientras pensaba todo esto, la Quietud ya se había ido con sus maletas cerrando tras de sí la puerta.






11 de Septiembre de 2010, Buenos Aires, Argentina.



Andrés Benitez