2 de agosto de 2011

NOCHE DE MILONGA Y SOLEDAD




















¿Cuánto pesan las penas
cuando ya no queda más
que el corazón para cargarlas?
Las alegrías desaparecen,
la desnudez y el fuego no satisfacen,
aún las sonrisas
ganadas bajo los faroles
no alcanzan.
Ser parte del rito
no significa salvación,
tampoco la integridad corrompida
es fiable para escapar de ésta dimensión.

Así la coraza se endurece
y las vísceras
se resguardan más adentro todavía.
Entonces, en el furor de la pelea
las hemorragias
no desvanecen la conciencia.
Las cicatrices van quedando,
y se quedan para siempre
entre la dermis y los pensamientos.
Tironéan las penas
para coagular una existencia diferente,
ajena a otros
pero cosida a ellos.

Y los recuerdos son palabras,
que en tu boca color de rosa,
color que la naturaleza te predestinó,
traspasan los tiempos
y las distancias.
Y son, finalmente,
el oasis en mi soledad.

¿Entonces así son las cosas?

Fuera de mi corazón
te desenvuelves mejor,
y aún así,
para tenerte aquí
condenaría hasta mi alma.

Guiado por tu perfume
haría cambios,
crearía giros,
ejecutaría cortes en momentos peculiares,
hasta cocinaría suertes
en mesas de pool.
Me perdería en los bares escondidos
esperando el regalo
de tus besos.

Dentro de los tajos,
que se inician
en el mover de tus piernas,
siento que marcan al animal
que duerme dentro.
Coloco suavemente mi mano
en tu espalda,
respiro hondo
el aroma dulce de tu cuello,
tomo tu mano derecha en alto,
señal
que he de guiar este compás.
Mientras
llevo por este suelo
tu cuerpito gentil conmigo.

Aprovecho todo lo que puedo
el hecho de que estés a mi merced,
al menos
en ésta noche oscura...

Noche de milonga y soledad.






Andrés Benitez