2 de abril de 2012

Elixir








La barcaza estaba llena de almas que lamentaban sus presente existencia y yo, delante de ellos remando. Las maderas crujían pero era indudable su fuerza, es que el movimiento del río nunca cesa y los viajantes parecen marearse, menos su timonel.

Recuerdo que levanté a estos seres en la playa. Algunos venían arrastrando su llanto desde allí, otros habían perdido su mirada en quién sabe qué cosa, hasta había algunos que contaban anécdotas de lujuria, guerra, conquista y demonios. Seguro esos últimos irían al noveno círculo.

Sin embargo, en el pasado sólo unos pocos lograron captar mi atención, ahora las almas son vacías y hace mucho que no tengo contacto con un mortal aquí. Eso me aburre porque no puedo enterarme de nada proveniente de la superficie, sólo escucho llantos, gritos, lunáticas risas, hasta insultos a mi persona. Yo no tengo la culpa del destino que les toca, simplemente soy el barquero que los cruza.

En extrañas ocasiones he tenido que arrojarlos al río por hacer ruido, escupir y amotinarse en alguna esquina de la barcaza, perdiendo para siempre el preciado cargamento. Obvio que recibí mi castigo, fuí crucificado hasta el drenaje completo de mi sangre frente al jefe, en la plaza principal, pero eso no es nada comparado con el tormento que les espera a estos seres infames.

Infames torturando infames, locos endemoniados siendo flagelados por verdaderos demonios sedientos de sangre, lágrimas y desesperación. Porque ése es su elíxir. Con él sobreviven y procrean, con él alimentan a aquel que descansa en lo profundo de ésta prisión esperando con ansias ser liberado, su Rey que es como la doncella que se prepara para su hombre en el lecho caliente del pecado.




Andrés Benitez