20 de septiembre de 2011

POLICHINELLE




¡Inaccesible! Como aquella montaña, que para colmo no recuerdo bien si era eso o un monte, el punto es que se llama Fokner. Ubicado en un lugar cuyo nombre es Pichi Traful, que tampoco sé si se escribe así porque está borroso en mi memoria.

Regreso al cauce -a lo de "¡Inaccesible!" por si no lo notaron- con pantalones gastados, con nuevas marcas en la piel y hasta una generosa ironía a disposición de los lectores de este blog. No soy un prestidigitador como dice Piaf en Polichinelle, menos que menos una sonrisa andante, tengo mis momentos, éste no es uno de ellos. Ahora, mientras escribo, la cinemática que me regala una ventana del colectivo me conecta con el recuerdo de ojos y boquitas delicadas.

Todas a la vez me dicen "Andrés, cuenta de mí", "Deseo que me elijas", "Andy dame vida""Recréame con tus palabras". A toda esta tormenta de perfumes le grito con todas mis fuerzas, pero no lo hago en el colectivo porque me señalarían como a un loco, es en mi interior que les pido silencio. Me hacen pensar en situaciones en las que soy el héroe o el comprensivo amante que todo lo permite, una delicada y sombría fantasía que se repite causando asco a mi yo literario. Aborrezco mis poemas, por el mero hecho de que fueran escritos en memoria de aquellos amores inalcanzables.

¡Malditos Defectos!

O mejor dicho...

¡Malditas Virtudes!

De una u otra manera, el amor es para mí la encarnación de la naturaleza en las cosas simples, como una sonrisa, una flor, un árbol seco y solitario en una plazoleta, unas manos femeninas en mi cintura cuando el paseo es de a dos en la calle, una edición de los cuentos de Lovecraft con tapa dura, hasta un simple beso bajo la suave garúa de verano en Bahía Mansa, Chile.

Lo único digerible es que mis defectos o virtudes pueden ser leídas, el descargo de ellas es la liberación de las otras.




Andrés Benitez