20 de marzo de 2011

VAIVEN INCIERTO

     Mientras las palabras de Ernesto Sabato eran seguidas, leídas y comprendidas, no pude evitar mirar una sonrisa en el tumulto. Me encontraba atentamente encolerizado con la lectura y activo por la música fuerte, de pronto el destello de la naturaleza, el llamado se hizo presente. Estaba observando un ser de una belleza incomensurable con un brillo de reminiscencia totalmente sexual.

     No era una persona corriente, todo hombre o mujer se dejaría llevar por esa mirada fulminante. Si pudiera darme el lujo de explicar su belleza en toda su magnitud no alcanzarían las palabras. Sin embargo, lo intento sin remedio, apelando a la sensibilidad que, creo yo, han tenido también ustedes alguna vez.

     La pregunta es: ¿Cómo una mirada incierta, una sonrisa regalada, un gesto corporal inusitado pueden llamar tanto nuestra atención?


     Claro está que en nosotros existe la capacidad de poder observar la belleza con detenimiento, entenderla y extasiarse con ella. Este ser, cuyas alas no eran visibles para todos los mortales, no dudaba de su existencia, no callaba su juventud y tampoco silenciaba su belleza. Era, es y será una forma de vida que, descendida y regalada desde lo alto por el determinismo histórico del futuro incierto e impredecible, terminó en ésta dimensión sin quejarse pero con toda su naturaleza a disposición.


     Terrenalmente sus rasgos eran de una perfección irrepetible. Las líneas de su rostro se dibujaban a través de la pantalla de la realidad como las pinceladas abrumadoras de un pintor en transe sobre el lienzo. El tono de su piel se conectaba con lo más profundo de la humanidad, su pelo era del mismo color de los sueños interrumpidos. Y finalmente su sonrisa, como el sol en su esplendor, la luz estaba contenida ahí y no causaba dolor o sufrimiento mirarla, sino que guiaba al perdido, al viajero, al despojado de todo. Para luego, uno por sí mismo darse cuenta que, al mirar sus ojos, ella existe para dar vida.






Andrés Benitez