13 de mayo de 2010

Crónica del BAFICI

Llegando apurado comenzó la noche, los planes eran: ir hasta la Boca, encontrar el legendario "Samovar", interactuar con los presentes e intentar robar un poco de atención manipulando algún instrumento y, por qué no, alguna bebida que nos quisieran convidar. En mi caso manipulé un instrumento llamado Armónica, el cual sé tocar pero en el momento mi inspiración y la falta de vergüenza, que generalmente me acompaña, me abandonaron. Provocando así, una ausencia de armonía en el Blues que estábamos tratando de tocar. En cuanto a la bebida, consumimos lo que pagamos.

Mis compañeros de viaje que exactamente eran dos, el Ruso y el Indio, personajes sacados de quién sabe dónde, el primero tuvo una suerte total tocando la batería en la ausencia de un baterista calificado -no es que no fuera calificado para la tarea, ni nada por el estilo, es más, estudia en el Conservatorio de "Don Cuero de Tambor"- y el otro no logró siquiera oler una guitarra.

Sin más que puro Papo Blues (covers de Papo) la noche transcurrió placentera entre armoniquistas, guitarristas, bajistas y dos bateristas. Pero lo que marcaba el hilo del tiempo era la profundidad del lugar, las personas que lo frecuentaban, su luz, los olores, la cerveza y hasta la tardanza de las papas fritas, todo esto tenía una magia inexplicable. Creo que sería el hecho de saber que ahí habían tocado Papo, Charly, hasta Sumo en sus comienzos.

Las horas pasaron volando y había obligaciones para el día domingo. En ese momento todavía veía verosímil la idea de ir al Bafici. Era necesario que fuese, ya había comprado la entrada por internet desde el trabajo, iba a ver una película que me había tomado 45 minutos del horario laboral, entre las críticas de una y otra película. Había decidido ir a ver "Leslie, my name is Evil", sobre los asesinatos de la familia Manson. Estaba dispuesto a la tarea, la concretaría, era mi anhelo. Pero mi presente era la Boca y el olor de su río.

El trío dispuso su partida después de cinco horas de haber llegado. Rumbo, Flores. Transporte, taxi o, si teníamos la suerte, colectivo. Plan, fumar y dormir. Motivaciones, no recuerdo tener motivaciones.

No sé si fue el destino o la suerte o el aroma a "rosas" del río, pero pudimos subirnos a un colectivo, y remarco colectivo porque es difícil por esa zona esperar un colectivo, que nos llevó hasta Flores. El viaje fue bondadoso, el coche estaba limpio y vacío con asientos para elegir, con colores brillantes y tubos revestidos con antideslizante y una asombrosa tonada tanguera del freno de aire comprimido del colectivero. Obviamente, casi, me dormí todo el viaje y solo recuerdo luces, por eso mencioné el "casi".

El colectivo nos dejó sobre Rivadavia y Carabobo. Caminamos, pero no recuerdo todo lo que hablamos en el trayecto. Sí recuerdo mencionar, una y otra vez a mis compañeros, lo mal que había tocado la armónica esa noche. La respuesta que me dieron fue "Lo importante es que subiste a tocar... ¡Pelotudo!".

Estacionamos en medio del trayecto en la plaza que está sobre Directorio, enfrente del Instituto Santa Isabel de Flores. Fumamos entre amigos, riéndonos y golpeándonos como idiotas. El Ruso y yo presumíamos que por lo menos habíamos tocado, mientras que nos abusabamos, mendiante cargadas, del Indio, que no pudo tocar la guitarra.

Exactamente estuvimos ahí 32 minutos, recuerdo eso porque quería probarme a mí mismo que llevo bien el tiempo en mi cabeza, una estupidez.

El Ruso zarpó para su casa, y los restantes humanos nos arrastramos hasta la morada familiar del Indio. Cómo llegamos, es una incógnita, pero llegamos. Estaba todo apagado, pateando escalones subimos a la terraza donde esta la habitación del amigo mapuche. Hurtamos un colchón de otro cuarto, mediante patadas extremadamente dolorosas a camas, sillas y otros objetos. Al fin logramos instalar mi lugar para dormir. Él se durmió, mientras que yo pensaba en el Bafici.

Tenía que estar a las 12 horas en Triunvirato 4444, para retirar la entrada y la función era a las 12.30 horas.

Tengo un recuerdo vago de haber apagado la alarma del celular, pero lo que pasó en realidad fue despertarme a las 13 del medio día. No podía justificarme, me sentía mal, nada podía hacer para cambiar el orden de las cosas. Esta vez no tenía dos semanas para hacer la crónica. Me resigné, hasta... que mi amigo Indio me preguntó "Che! ¿Te quedás a comer? Mirá que hoy mi viejo trajo cordero y vacío...".

Directamente, contundentemente, naturalmente todos los malos pensamientos hacia mi mismo desaparecieron. No iba a ir al Bafici a mirar una película y a tratar de ver gente conocida, no iba a intentar ver y entender una película para poder ponerla por escrito en una crónica. Ya no me importaba. Solo sabía que iba a comer asado y cordero con un buen vino tinto. Barriga llena, corazón contento.

Solo quería agregar que, la noche de ese domingo, comí nuevamente asado con mi familia. Para completar el círculo carnívoro.


Andrés Benitez

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